Esa noche, lo vi irse, admiraba sus bellos ojos grises que cada vez que me miraban me hacían sentir amada, noté sus manos inquietas, las que me sostenían creando ese sentimiento de seguridad, y que ya no lo hacían más, lo que dolía de todo esto, aún peor que su partida, era que su corazón latía distinto al mío.
Recuerdo las mañanas en las que decía que estaba ocupado, no hablábamos, pero sabía dónde estaba, aunque el lugar de su alma me fuera incierto. Me ignoraba, pero creía que con un poco de tiempo bastaría, ahora veo que no había límite.
Le permití romper mi corazón en el momento en que le di las armas para entrar, sabía que su partida dolería, pero por él dejaría que repitiera sus acciones. Le dejaría romperme el corazón una vez más si con eso tuviera un poco de su amor de vuelta, incluso si me dejaba arrepintiendome a sus espaldas.
Me ama. Eso lo sé, porque la forma en que su sonrisa aparecía al verme y como sus ojos brillaban cada que lo llamaba "amor" no podían fingirse.
Cree que estoy ciega, pero veía en sus ojos el azul de la tristeza, lograba notar como sus labios temblaban intentado decirme que estaba bien, y sabía que también era mentira.
Le vi decir que yo tenía la culpa, aún cuando en mi solo había amor para entregarle, sabía que se equivocaba, pero le permití decirlo porque estaba herido, y se iba porque se había perdido él, a mi aún me tenía.
Le dejaría romper mi corazón otra vez, si eso significará que volvería a besarme como lo hacía esas noches que llegaba y me miraba con devoción, o como lo hacía esas mañanas en las que el sol entraba por la ventana y él susurraba un "buenos días" sobre mis labios.
Era la definición de locura, y ahora que su maleta estaba en la puerta, solo podía recordar cómo hacia todas esas muecas si me veía triste solo para hacerme sonreír, la forma en la que cantaba en las mañanas y como ahora mi cama estaría vacía, conmigo extrañando el aroma de su perfume y dejándome la imagen de sus hermosos ojos tristes, mirándome antes de decir el último adiós.
Tal vez la loca era yo, que soñaba con un mundo blanco, sin gris y mucho menos negro, un mundo juntos en el que éramos felices y él jamás se iba, uno donde no me rompía el corazón, o donde yo no quería que volviera hacerlo.
Era el elegido, y se estaba yendo. Podía sentir mi mundo caerse a pedazos, ese que habíamos construido juntos piedra a piedra, y que ahora parecía de papel por la facilidad con la que se rompía, juro que, si así fuera, podría escuchar el papel trozarse con la misma facilidad que mi corazón lo hacía.
Lo dejaría romper mi corazón de nuevo si con eso recuperara uno de sus abrazos, como los que me daba cada mañana, tomando mi cintura haciendo que la calidez de su cariño me hiciera sonreír, o como los abrazos nocturnos que me daba, antes de besar mi frente y cerrar los ojos dejando que el sueño tomara posesión de ambos.
Podía notar como sus pies se rehusaban a dar un paso a través de la puerta, y quería correr a decirle que podía pisotear mi orgullo si volvía y me decía que me amaba, incluso sonreiría si tan solo se diera la vuelta y soltara sus cosas a mis pies, con ese aire tan galante que tenía de quitarme el aliento.
Dije que estaba bien cuando me dijo que se iría, y reprimí las ganas de gritar su nombre cuando su silueta se alejaba, lo perdía de vista y con él se iba mi corazón. Solo pude pensar que debería sentirse bien, por tener a alguien que le dejara romper su corazón otra vez, y un millón más, a cambio de su amor.
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Cartas Que Nunca Entregué.
Short StorySiempre que siento demasiado o amo a alguien con demasiada fuerza, cuando algo duele de más, o me hace feliz para variar, siempre le escribo una carta.