Noches como esta, en soledad, me causan un dolor en el pecho que apenas y siento.
Estoy tan acostumbrada a que mi corazón duela que casi he dejado de sentirlo, es parte de mi y yo soy parte del dolor.
A veces recuerdo los ruidos en casa, las quejas matutinas y las despedidas cálidas de la noche. Recordar que todo eso no volverá en un largo tiempo duele, pero trato de ser fuerte.
Aunque mi fuerza no sirve de nada cuando mis ojos se nublan por las lágrimas y mi garganta pide a gritos que la suelten, que dejen de apretar ese nudo y que le den un respiro.
El silencio es abrumador y no le hace para nada bien a mi ansiedad, la hace despertar y querer atacarme como si no lo hubiera hecho mil veces ya.
Estoy cansada, me duele el cuerpo y me han pasado millones de cosas que desearía compartir, pero la casa vacía me recuerda que mi única compañía son sus paredes, sus pinturas y sus desperfectos.
Sentir aquel vacío en la habitación me hace notar que siempre tuve la necesidad de llenarlo, aunque apenas lo notara, y que da lo mismo lo que haga ahora, ese lugar seguirá así, libre.
No soporto la sensación de estrés que me causa ser la única responsable ahora, la única que ve por mi y la única que estará aquí pase lo que pase. Estar así me recuerda que nací sola, viviré sola y moriré de la misma forma, y me aterra.
Es tan tétrico bajar las escaleras que imaginarlas me causa estrés, no puedo pensar en la oscuridad sin desear que alguien me diga que todo estará bien.
Había pensado que era fácil, que sería bueno y que lo necesitaba, pero la soledad me agobia y no aconseja bien, casi siempre me hace creer que estoy loca y que nada en la vida vale la pena.
Espero que la noche acabe, porque si he sentido el silencio, la soledad y la ansiedad en solo unos minutos, no quiero imaginar que será de mi si continúan así mis días.
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Cartas Que Nunca Entregué.
Short StorySiempre que siento demasiado o amo a alguien con demasiada fuerza, cuando algo duele de más, o me hace feliz para variar, siempre le escribo una carta.