Querido extraño:
Hoy decidí alejarme de ti, aprendí a la mala que tal vez idealice de más lo que éramos, lo que eres. Creo que debí desilusionarme mucho tiempo atrás, pero las cosas son como son.
Eliminé tu número, no del todo porque soy débil y se que algún día tal vez muy lejano, voy a querer saber de ti. Espero que quieras saber de mí antes.
En realidad, me corrijo, ojalá quieras buscarme antes de que te olvide para siempre. Pero ya no te esperaré.
Cometí el error hace mucho de esperar de alguien algo que jamás llegaría, me rehuso a cometer el mismo error esperándote, prometo ya no buscarte. Y la verdad, espero ser lo suficientemente fuerte para no revisar tu contacto, para no buscarte en ningún lado y, que algún día, no piense en ti.
Me tortura recordarte, aunque no se por qué sucede. No quiero pensar en ti, pero ahí estás, como un dolor de cabeza interminable que me marea y me hace bajar la guardia.
A veces eres como una enfermedad crónica. Estás ahí, y no hay nada que pueda hacer para librarme de ti.
Me he hecho daño a mi misma pensando en que mejoraría nuestra situación, que serías de quien al parecer me obsesioné y que, tal vez, podríamos vivir aquello que yo creí que no era real.
Resulta que eres más difícil de olvidar que aquello que he vivido plenamente. Tal vez es porque a tu lado me puse tantas restricciones que, cuando quise seguir sin ellas, tu ya no estabas dispuesto a aventurarte.
Te entiendo, aunque no del todo, hay cosas que has hecho que me han herido, me hiciste sentir usada y rompiste una parte de mi espíritu cuando más débil estaba. Realmente no creo poderte perdonar eso.
Debo decirte que, para perdonar, yo no nací. Nunca he podido perdonar nada completamente, no al menos antes de que pasen unos años de por medio y haga las paces con esa parte.
No creo ser capaz de hacer las paces con lo que fuimos, tal vez soy pesimista pero, no creo que un día, en el futuro, volteé hacia donde estoy hora y crea verdaderamente que lo que siento me ha enseñado algo. Yo no necesito ser más fuerte.
Es triste saber que aquella calidez tuya duro hasta que me tuviste en tu cama. Después de eso todo lo que sentí fue un viento frío y abrumador que hirió mi dignidad y confundió a mi cerebro.
A día de hoy no sé quién fuiste, no recuerdo cómo se siente besarte, sé cómo se siente tu piel, pero no siento nada más, solo un escalofrío en mi espalda cada que recuerdo la idea de lo que sucedió. Pero si me preguntas, no recuerdo cómo se sintió tu respiración en mi cuello, las marcas que hiciste o el abrazo con el que nos despedimos.
Todo está en mi mente como una imagen, pero no hay sensación de por medio. Supongo que la carga que llevaré de ahora en adelante es vivir con ese sentimiento en el pecho de vacío, sabiendo que lo que hayas hecho y provocado, mi mente decidió bloquearlo.
Es triste, porque lo que si recuerdo es lo que sentía cada vez que pensaba en ti, lo que sentía cuando me mandabas flores o cuando decías cosas lindas.
No recuerdo el sonido de tu voz, pero recuerdo tu olor. No se en que me beneficie eso, pero se una cosa, ningún olor se parece al tuyo, así que no tendré problema tratando de olvidarlo.
Me rendí, aunque se que la verdad es que mi corazón aún tiene una llama encendida en tu honor, una tan pequeña como un grano de arena, tan débil como yo ante tu mirada. Lo que me aterra es saber que un solo parpadeo tuyo puede hacer de esa llama a penas viva, un incendio imparable en mi pecho.
Vuelve, o no lo hagas, pero decide de una vez y jamás cambies, porque si vuelves y me abandonas otra vez, voy a tener que quemarte de raíz, como he hecho con todo lo que me duele. Y cuando seas una ceniza más, volveré a tener frío, pero no a causa tuya, será un frío liberador, y tal vez decida quedarme ahí por siempre.
Atte: El alma que rompiste.
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Cartas Que Nunca Entregué.
Short StorySiempre que siento demasiado o amo a alguien con demasiada fuerza, cuando algo duele de más, o me hace feliz para variar, siempre le escribo una carta.