Podía sentir el odio correr por mis venas, pero el alcohol era más fuerte.
Recordaba todas esa veces en las que había aconsejado a otras personas no hacer lo que yo hacía, argumentando que arruinaría sus vidas y su reputación. Pero cuando esa pesadilla llamada noviazgo al fin terminó, y me decidí a salir esa noche, ¡Dios! Como me arrepentía.
Recordaba el tacto de su ropa con la piel desnuda de mis piernas, como se tocaban cada una de nuestras extremidades y sus manos en mi cintura. La música no dejaba de sonar y ahora era que entendía porque bailaban así, con tanta necesidad y sin un orden.
Odiaba admitirlo, pero es que era deliciosa la manera en la que veía a los demás chicos con pasión, coqueteando mientras movía el cuerpo como el ritmo me hacía sentir, y como todos ellos, separados en distintas partes del lugar, me miraban y enviaban tragos que me rehuse a tomar.
Y brillaba, porque rechace a muchos hasta que él hombre que había captado mi atención se acercó, y no lo solté durante toda la noche, no dejamos de bailar y sentía el calor inundar nuestros cuerpos, entonces comencé a beber.
La música no dejaba que pensara claro y el alcohol dejo que la loba en mi interior fluyera, fue entonces que me arrepentí de perder el tiempo con parejas y relaciones tontas. Porque cuando bajó del avión y al fin se digno a bailar conmigo esa noche, después de que tantos pasarán frente a mi, se dignó a venir a mi, casi sentía el fuego pasional quemar en mis venas.
Sus manos bajando de mi cintura y su voz susurrando que era hora de irnos me hicieron tomar el control tras ese par de tragos de tequila que no había sentido porque me tenía embriagada la adrenalina de la noche, de la emoción y la excitación.
Podía ver el sudor en su frente y el brillo en sus ojos, entonces subí a su coche y volvimos a nuestro hotel, la noche oscura se iluminó por todo el brillo que emitimos en esa cama, me tenía loca y él estaba loco, no me importaba si era por mi o no, solo quería tenerlo.
Lo usé y lo disfruté, por eso a la mañana siguiente solo sonreí, podía sentir el taco de sus manos ardientes en mi, tan distintas a cualquier otra, pero no era amor, era pasión pura y sin matices. Pero no iba a quedarme aunque él lo hiciera, yo ahora era libre y lo que sentí esa noche me había hecho despertar, deje todo de lado y supe que un solo lugar no era lo mío.
Mi lugar estaba ahí, en la oscuridad, bailando con cualquiera, haciéndolos míos con solo una mirada y rompiendolos en pedazos cuando veían mi ausencia en sus camas la otra mañana. Yo era la que mandaba ahora.
Y todo se siente bien cuando eres libre, porque ya nada duele y es difícil que eso cambie, estaba llena de sodio y el dulce sabor del amor se opacaba cada vez que sonreía y desaparecía.
Me había perdido de tanto y, oh dios, gracias a lo que sea que se encendiera en mi, porque ahora veía el mundo del otro lado, del lado que hiere y no del que sufre. Se sentía bien poder romper personas con facilidad, porque su conciencia ahora me pertenecía, y su alma era un trofeo para mí.
Extasiada me sentía cada vez que amanecía aún con la ropa corta que usaba de noche, demonios, ahora que era libre todo era mejor, me pertenecía.
Por eso es que ahora la noche era mi cómplice, la luna me cuidaba y los lobos me defendían, yo reinaba y nadie podía romperme. El poder se sentía magnífico y ardía en el pecho, como el tequila, pero te hacía sentir igual de bien que el vodka.
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Cartas Que Nunca Entregué.
Short StorySiempre que siento demasiado o amo a alguien con demasiada fuerza, cuando algo duele de más, o me hace feliz para variar, siempre le escribo una carta.