Falso.

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Odio que me mientan, no porque me haga sentir mal, sino porque es imposible que me engañen.

La mentira que sea, desde la más pequeña hasta la más grande, la he descubierto. A veces no es algo de lo que me sienta orgullosa, porque saber que te están mintiendo a la cara y tener que fingir que lo crees es como negar que tienes una daga en el corazón cuando la sangre gotea de tus manos.

Y duele, por supuesto, porque una mentira no duele si no viene de alguien importante, pero por eso mismo es que finjo, porque muy en el fondo yo sé que me dolerá más la verdad que mentirme a mí misma. Sé que si me alejo, por mi bien, de eso que me daña, al menos una noche al año me arrepentiré de haberlo hecho.

No me gusta el dolor, por supuesto que no, pero soportar tanto me ha dado el don de vengarme de maneras sutiles, imperceptibles, me ha hecho más fuerte y, cuando el dolor disminuye, el rencor gobierna en mí y puedo herir a quien sea.

No me gusta herir a nadie, pero es que, después de todo, hacen que tenga que hacerlo. Mi ego es demasiado alto como para dejar que alguien que me hirió se vaya sin un solo rasguño de mi vida. Tal vez por eso la gente que me ha traicionado ha terminado odiándome más de lo que yo a ellos, porque al final ellos ya han perdido el poder sobre mí, y los papeles se han invertido.

Que me mientan me parece estúpido, porque se sabe que ninguna mentira ha sido perfecta y siempre acaban por descubrirse, además, si me conocen deberían saber que, si me mienten me harán daño, pero les dolerá más a ellos.

Me gusta que piensen en mí y crean que soy tonta, me da ventaja, porque hace que la gente se confíe y no intente ni siquiera fingir que no han hecho nada malo, pero soy más lista, siempre lo he sido y todos lo ignoran, me subestiman y creen que me derrumbaré como lo hice en el pasado, pero no más. Aquella débil y pobre criatura a la que se les hacía divertido dañar, corta, y corta hondo en sus almas, conmigo ya nadie puede jugar.

Confiar en alguien es una debilidad que no me permito tener, por eso nunca confío realmente en nadie, eso tal vez le duela a todas las personas cercanas a mí, pero cuando ven que me han hecho daño y yo tenía razón, súbitamente se convierten en lo que creían que yo era. Estúpidos.

Nunca he sido estúpida, pero me gusta actuar como si lo fuera, ver como una persona se hunde a si misma frente a mi porque piensa que me está engañando es casi delicioso, divertido, me brillan los ojos y me dan ganas de sonreír cínicamente en su cara para que sepa que lo sé todo, pero no lo hago, porque dañar su ego y su reputación rinde más frutos.

Lamentablemente hubo un tiempo en que las palabras que escuchaba las creía, sin dudar ni un segundo, porque saber que eres suficiente y que alguien realmente te necesita es suficiente para confiar ciegamente en alguien. Usar el amor como fachada para servirte de otra persona y ser feliz burlándote de ella a sus espaldas es ruin, es una bajeza y es algo de lo que, muchas veces, fui víctima.

Todas esas distracciones, las palabras de amor, los besos, las acciones confusas que un día te hacen pensar que nada en el mundo es más importante que tú y al otro, simplemente eres una composición más de átomos en el planeta. Todo eso es más falso que el "felices para siempre" que a todos nos han prometido.

Es repugnante vivir a costa del sufrimiento de otros, es horrible que tu única fuente de tranquilidad sea herir, porque habla de tu poca capacidad mental y lo mal que has sabido superar lo que la vida te ha puesto en frente.

Pero la gente es estúpida, el amor no existe y la felicidad es temporal, como todo en esta vida. Por eso, si te hieren, si te mienten, sufre, supéralo y cobra venganza cuando menos lo esperen. Perdonar es para débiles.

Cartas Que Nunca Entregué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora