Capítulo XXXVI

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Al día siguiente ya llegamos a la Nación de Fuego, nos pusieron en unas enormes cajas de metal y fuimos llevados al palacio, desde aquí adentro podía escuchar como alababan a Ty Lee y los demás mientras que a nosotros nos decían cosas horribles.

Más a mí para ser sincera

Finalmente llegamos al palacio donde me pusieron unas esposas especiales, estas reprimirán mis poderes mientras hable con el Señor del Fuego Ozai. Ty Lee intento volver a insistir con pedirle ayuda a mi primo, ayuda la cual negué ya que tengo un único plan y es ir a despedirme de él. Cuando llegó el momento, Iroh, Shen y yo entramos a la sala del trono que es casi igual a la cámara de guerra y al otro extremo de la habitación estaba la persona que más odio en este planeta.

- Vaya, vaya... pero si son mi hermano, un niño de la tribu agua y la Avatar - dijo caminando hacia nosotros - ¿Sabes Iroh? Siempre esperé esta traición de tu parte, por suerte mi primogénito no fue corrompido por ti.

- Como si eso te importara - murmuró Shen.

- ¡¿Qué dijiste?!

- Dijo que es un lindo gesto el que te preocupes por tu hijo, es lo mínimo que puedes sentir después de lo que le hiciste - dije y me sujetó la cara.

- En cuanto a ti... ¿Un último deseo antes de que inicie la tortura?

- Uno solo, quiero ver al maestro Piandao.

***

Con eso último fui escoltada por unos guardias y Zuko a la casa de mi primo, se que parece increíble que tenga un primo teniendo 112 años pero la verdad es que mis abuelos, luego de que mi padre escapara con mi madre, decidieron tener otro hijo. Pero inició esta guerra y mis padres murieron, y a mi tío no se le ocurrió ser padre hasta que fue mayor y de allí salió mi primo el cual es mayor pero no tanto.

Supe de su existencia cuando Zuko me habló de él, sentí una conexión especial con solo escuchar su nombre. Es un hombre igual o más poderoso que los padres de Mai y Ty Lee, dado que es un espadachín y un herrero muy respetado, cuando llegué a su casa por primera vez fue con la excusa de saber usar las espadas de mi padre, pero me reconoció por las espadas y mi brazalete.

Dejé esos pensamientos de lado cuando ya llegamos a la puerta del castillo de mi primo, los guardias tocaron la puerta y el mayordomo abrió. Al verme nos dejaron pasar y fuimos al salón principal donde nos estaba esperando mi primo.

- Déjennos solos - ordenó.

- La prisionera no puede estar sin vigilancia - dijo uno de los guardias.

- ¿Acaso piensan que yo no puedo vigilarla?

- No señor - dijeron antes de salir pero Zuko se quedó.

- El maestro Piandao fue muy claro, su majestad, quiere que estemos solos - dije sin voltear a verlo, bufó antes de irse y cerrar la puerta.

- Veo que te metiste en muchos problemas - dijo acercándose.

- Ni me lo recuerdes - dije bajando la mirada.

- Tranquila no es un regaño - esbozó una sonrisa y de inmediato me abrazó - no vuelvas a irte sin decir adiós.

- No, no lo haré.

- ¿Es cierto lo que dijeron las consejeras de la princesa? ¿Aang murió?

- Me gustaría decir que no, pero... - dije comenzando a sollozar y volvió a abrazarme - fui una tonta, jamás debí dejar a Katara con Zuko... de no haberlo hecho, Aang no hubiera ido por ella y Azula no...

- Hiciste lo que estuvo en tus manos - dijo separándose de mí para limpiar mis lágrimas - ¿Qué pasará ahora?

- Cuando Zuko fue desterrado, hizo un trato con su padre... que si me capturaba y me traía con vida, el Señor del Fuego tendría clemencia conmigo - mentí bajando la mirada - aceptó que me dejara hacer algo y quise venir a verte, antes de ser encerrada.

Los últimos maestros del aire (SA 1º)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora