Mi pasado. Jaque- Parte 4.

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Un mes había pasado desde el ataque. Las pérdidas fueron notables, muchos de los hombres y jóvenes de la manada no volvieron; al igual que algunas otras mujeres y niños que no tuvieron la dicha de lograr huir. A la mañana siguiente de todo el ataque, habían encontrado a Jaque acurrucado contra el pelaje del inerte cuerpo de su hermana. Toda la noche había llorado, no sólo por su hermana y el enterarse que su suplica no había sido escuchada, al saber que sus padres también habían perdido el delgado hilo de la vida. Había visto los cuerpos fríos e inmóviles de su familia, había llorado y gritado sobre ellos hasta que le obligaron a separarse para hacer el ritual funerario. También vio a su amiga, su única confidente, junto a su hermano menor. Ninguno había logrado salvarse y veía al padre de la joven llorar amargamente en silencio mientras que su madre se había encerrado en su propio mundo.

Ahora el lobato se encontraba sobre el mismo árbol donde pasó su último momento alegre con su amiga. Se lamentaba por haber sido cobarde y no haberle dicho que le amaba, se lamentaba de su incompetencia y haberla dejado morir sola... a ambas. Salomé había dado su vida para intentar salvar la de su hermano, y Verónica la suya para salvar la de él. Las había dejado morir a ambas por su miedo y terror. Y sus padres murieron haciendo su deber.

Se sentía sólo y lo estaba, su corazón latía sin motivo para vivir, sus ojos se perdían en la lejanía y lloraba por su incompetencia. El amargo sentimiento de culpabilidad lo tragaba día a día, pero al parecer no era lo suficientemente fuerte para que lo llevara al lado de su familia.

Todas las noches soñaba con ese fatídico evento. Las luces de un lado a otro, los llantos desgarradores de los que dieron su último aliento, la luna en su resplandor y él sin hacer nada. Estando en el centro de la revuelta pero no podía hacer nada.

Algunos chicos seguían maltratando al joven azabache, le culpaban de la muerte de la pequeña Salomé y de su hermana, Verónica. Jaque intentaba defenderse inútilmente, pero hasta que esas palabras eran mencionadas -que él tenía la culpa- dejaba de hacer esfuerzo y dejaba que le golpeasen. Lo merecía por ser débil y cobarde.

Muchas veces se iba a las profundidades del bosque y golpeaba con la poca fuerza que tenía el tronco de un árbol hasta que sus nudillos sangrasen y después pateaba hasta que sus piernas casi se quebrasen. No importaba el daño físico, era lo único que él sentía que merecía.

Un año pasó y nada cambió. Los maltratos se hicieron más presentes hasta el punto en que ya todos en la manada sabían sobre ello, pero nadie se atrevía a hacer algo. Habían culpado al pobre huérfano por la muerte de su amiga y hermano, pues todos -o su gran mayoría- pensaban que si la chica hubiera estado en el evento -y no con él-, hubiera tenido más probabilidades de escapar y su hermanito no habría soltado la mano de su madre para buscar a su hermana mayor y ninguno hubiera muerto. También le veían mal por su debilidad, su fuerza como licántropo estaba aún más abajo del mínimo y el que no hubiera peleado para ayudar a su hermana tampoco ayudaba a su imagen. En otras palabras: su pueblo -al parecer- prefería que el pequeño licano también hubiera fallecido.

Los niños y adolecentes que quedaron sin padres fueron adoptados por otros adultos, formado de nuevo un jarrón con los pedacitos que encontraban para poderse mantener, pero en ninguna de esas familias hubo espacio para el azabache, quien sólo se refundía en su hogar y lloraba hasta dormirse sobre la cama de sus padres o su hermana. Aspiraba con fuerza sus aromas hasta que se perdieron de las cobijas y sólo se quedó él en ese lugar de madera que ya no era un hogar.

Ahora Jaque se encontraba de nuevo contra el mismo tronco de pino, golpeándolo para deshacerse de toda su frustración, de su enojo y tristeza hasta que sus manos sangraron y sintió los huesos de sus dedos quebrar. No importaba, pues su sanación entraba en acción y para dentro de 4 días no sentiría nada. A menos que siguiera golpeando el tronco y dejara sus manos casi inútiles por completo. Cuando eso sucedía, era turno de sus piernas de sufrir el daño para amenguar su sufrir que no le dejaba respirar; su culpa que no le dejaba de atormentar.

Protegerla de mí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora