Mi Pasado-Coraline. Parte 2

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lean la nota del final, por favor.

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Todos los días la visitaba en el hospital sin falta. Llevándole una flor en cada visita, una rosa blanca. Para el padre de la chica era una tortura mirar a su única niña, a su hija, dormida profundamente, conectada a maquinas que hacían sonidos chillones para mantenerla con vida. El señor de azabaches cabellos estaba pasando por el momento más difícil de su vida. Semanas atrás había tenido que enterrar a la mujer que amaba y ahora tenía que depender de un hilo para que su hija siguiera con vida. Le era imposible el dejar de llorar todos los días, y comenzó con un vicio al alcohol por las primeras dos semanas. Pero lo dejó, se reprendió a sí mismo a que no debía tomar. Su hija aun estaba con él, y no despertaría viendo a un padre alcohólico. Debía ser fuerte, por ella, por Coraline, quien dormía sin despertar en una blanca habitación fría. Él se encargó de darle un entierro al perro, sabía que Coraline hubiera hecho hasta lo imposible. Le enterró en un terreno que era de su propiedad, dejando una pequeña lapida con el nombre del animal. Cuando su hija se encontrara bien, la llevaría hasta allí para que dejara las flores que quisiera, para conmemorar al cachorro que la acompañó durante años.

Su hija era quien lo mantenía en equilibrio en la cuerda floja sobre la que se encontraba. Amaba a su mujer, era ella el apoyo que el hombre necesitaba, pero ahora que no estaba, él tenía que ser el apoyo de su hija. Tenían que apoyarse mutuamente. Sabía que ahora su hija ya no podría hacer lo que amo atrás, los doctores le habían confesado que la chica estaba gravemente dañada de sus cuerdas vocales y si lograba conceder un embarazo, la amenaza de aborto sería realmente alta. Ya se había preparado psicológicamente para romper los sueños de su hija de ser madre o seguir en sus concursos de canto. Aquello le afectaba, él no podría soportar ver a su única hija llorar, ahora le habían arrebatado no sólo a su madre en la edad que más la necesitaba, también le habían quitado lo que ella amaba para su futuro.

El señor Woods ahora se encontraba en la habitación, tomando la mano de su hija, rogando porque despertara. Sus ojos se encontraban inflamados y rojizos de tanto llorar sin descanso. La puerta se abrió y él ni se inmutó por voltear. No sabía cuando su hija despertaría, ni los doctores estaban seguros, así que quería estar para cuando ella abriera sus ojos. No importaba si pasaban diez años para eso.

-Sr. Woods...-le llamó el joven castaño que había entrado a la habitación, posando una de sus manos en el hombro del desdichado padre para reconfortarlo. -Yo me quedaré aquí, vaya a comer y descansar. -le sugirió. El señor negó, no quería despegarse de lo único que le quedaba. No soportaba la idea de separarse de su tesoro más preciado. - Marcos, Yo la cuidaré. Sí despierta yo le llamaré, pero vaya a darse una ducha y descansar. Coma algo y vuelva.

-Gracias Graham. Eres un gran chico. -El hombre se puso en pie y dio un abrazo a su nuero. Salió de la habitación y se dirigió a su casa para hacer lo que le habían indicado. Pareciera que ahora era sólo una coraza, el hombre fuerte y joven de semanas atrás había desaparecido para dar lugar a un hombre cansado y viejo. Las canas se habían multiplicado en su cabello, y se notaban aún más las arrugas en su rostro.

Pero había aceptado la propuesta del chico, no quería que cuando su pequeña despertara, viera a un hombre que ya no se parecía en nada al que fue su padre durante 16 años de su vida.

Graham se encontraba sentado en una silla, tomando con cuidado la pequeña mano de la chica. Pronto un golpeteo a la puerta sonó y sin esperar respuesta se abrió, dejando ver a una chica que al mirar a Graham, se ruborizó. El chico le miró de reojo y volvió su mirada a quien se encontraba profundamente dormida, con vendas rodeándole el cuello y cabeza, con un parche en su mejilla y su antebrazo izquierdo siendo rodeado por otra venda. Bajo las mantas la chica estaba rodeada de vendajes y con una férula en su brazo derecho. Las cirugías que había requerido fueron pesadas y había dejado más marcas de la que ya tenía. El castaño sólo se dedicaba a admirar ese frágil rostro que necesitaba ayuda de una mascarilla para seguir respirando.

Protegerla de mí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora