Capítulo Especial (p9) Mundo Utópico

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-hoooooooli :)-

Aley abrazaba a su pequeña hermana, que no había dejado de hipar desde la visita a su madre en el hospital. Jaque manejaba en silencio. No haba vuelto a abrir la boca desde que salieron de la visita y al joven lobato pareciera todo el dolor del mundo se acumulaba en su regazo. Eso era lo que sentía de su pequeña hermana.

Los días pasaron y Paula fue olvidando poco a poco la última visita, pues se había negado rotundamente a volver a aquella habitación en un futuro cercano. Se sentía engañada por su madre, por aquella mujer que pareciera una mentira y la ignoraba olímpicamente cuando le hablaba. Y eso no era más doloroso para los azabaches, el saber que la pequeña había tomado coraje a la castaña, cuando eran ellos quienes le habían engañado toda su vida. Y aun sabiendo eso, Aley no se animaba a revelarle la verdad. Aun cuando a él le dolía que la pequeña quisiera desquitarse con su ausencia en el cuarto de hospital con la mujer, no se atrevió a decirle que era consigo con quien Paula debería estar molesta. Nada era culpa de Coraline, solo de Aley y el padre de la pequeña por engañarla tanto tiempo.

Volvió a la realidad cuando la chillona campana sonó con insaciable llanto para luego ver a una manada de pequeños humanos correr con mochilas más grandes que ellos mismos a los brazos de sus padres o subirse a los autos. Caín se puso en pie a su lado, pues se encontraba recargado en el auto, y caminó a paso ligero dentro de la escuela. El día era caluroso y ambos azabaches tenían la camiseta arremangada hasta los codos. Caín había dejado el saco en el auto, al igual que su hijo al ser innecesario con tal temperatura ambiental.

Paula encontró rápidamente a los distinguidos hombres que formaban parte de su vida y corrió hacia ellos para abrazar a su padre por las piernas antes de girarse y saludar de un sonoro beso en la mejilla a su hermano, que se había colocado a la misma altura para recibirla. Aley se puso en toda su altura de nuevo y señaló a su padre con la barbilla en dirección de una joven que portaba una pantalonera blanca y se despedía de los pequeños.

-Es ella la profesora- murmuró. Caín asintió y se quedaron esperando hasta que la escuela primaria se vació un poco.

Amos ojiazules tomaron asiento en una diminuta banca, provocando una imagen graciosa al ser ambos de un físico alto, delgado y de hombros anchos sentados en una pequeña banca de madera hecha para niños. Las rodillas de Caín se doblaban por encima de su cadera, llegando casi al alto de su obligo por lo corto que eran las patas de tal asiento. Pero no le importaba, no mientras su hija sonriera de aquella forma diciendo "Papá, eres muy grande" y Aley estaba aún perdido en su pensamiento. ¿Cómo decirle a Paula que él, Aley, tenía la culpa del más grande dolor de la pequeña? Su padre se puso en pie y caminó hacia la profesora que recién salía de sala de profesores con un morral a su espalda.

La Profesora Bo rebuscaba en su bolso rojo las llaves de su hogar y un par de monedas para tomar el bus que le llevase hasta su casa, cuando vio de reojo que alguien se acercaba a ella. Levantó la mirada con una gran sonrisa, era frecuente que padres de familia le consultaran el desarrollo de sus pequeños en los deportes, pero la sonrisa murió al instante en que vio al joven azabache que tanto había perturbado sus sueños las últimas noches. Pero ¿Cómo era posible que en un par de días de pronto se viera tan maduro? Cuando se acercó más, fue cuando se dio cuenta que no era el mismo joven que ella conocía. Y su duda fue resuelta cuando vio a Aley al lado del hombre que caminaba mirándola sin algún gesto.

-¿Profesora Bo?- preguntó aquel hombre de mirada azul. La joven tragó saliva, aquello no podía ser algo bueno. Asintió con desconfianza. -Mi nombre es Jaque Malkavain- La joven asintió de nuevo y un clic se produjo al recordar el apellido de la pequeña que llegó y se colgó del brazo de su padre.

-¿En qué puedo ayudarles?- preguntó con cuidado, mirando con temor cómo los músculos del brazo de Caín se flexionaban por la fuerza al levantar a su pequeña niña. Fácilmente podría dejarla fuera de combate solamente con una palmada. El hombre sonrió con falsa amabilidad y un escalofrio le recorrió toda la columna.

Protegerla de mí...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora