Capítulo 7

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~Philip~

Veintisiete días desde que arruiné mi vida. Su vida. Casi un mes de miseria.

Hace tres días que los guardias me molieron a golpes. Los moretones que cubren mi piel han cambiado su color con el paso del tiempo, y el dolor es cada vez más leve. Incluso aunque desde su muerte apenas he comido, estos últimos días sin siquiera recibir un vaso de agua, se han convertido en una tortura.

El colchón es otra de las cosas que me han quitado. Todas las noches debo dormir recostado sobre el gélido suelo, que parece enfriarse cada vez más. No puedo quejarme de esto. Soy un egoísta. Me lo merezco; cada minuto, cada segundo. Ni siquiera sé si la enterraron. El frío de la piedra me recuerda a su pequeño cuerpo muriendo lentamente.

La niña estaba siendo torturada, pero él no podía frenarlo. Era todo su culpa, pero no podía moverse. Estaba causándolo todo, pero no estaba bajo su control. Y sus ojos perdieron la luz que los encendían; su piel perdió el color que le daba la vida.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas, congelándose en el camino. Finalmente me rindo, y termino dando el último paso hacia el precipicio.

El precipicio lo llamaba, lo acechaba, y él había sucumbido ante la tentación.

No sé cuántos días pasaron desde la última vez que me moví. Mi cuerpo está entumecido; ya no puedo sentir nada. Eventualmente, el guardia llega, y soy empujado hacia la salida. Me fuerzan a caminar por los pasillos interminables, hasta que una vez más, cuatro paredes me aprisionan. El suelo, de un cerámico blanco, resplandece bajo la pálida luz emitida por la placa lumínica.

La pesada mano del soldado me arroja hacia una silla de madera, cuya superficie se encuentra tan gastada que el color marrón se ha tornado blanco. Mi espalda me lo agradece, y no puedo evitar sentir placer. Aunque no debería; mi vida entera tendría que ser una tortura.

Una bandeja con comida es depositada frente a mis ojos, y mi instinto le gana a mi remordimiento, porque devoro el alimento en unos minutos. Pero sigo teniendo hambre, a pesar de haber comido el doble que lo usual.

La señora de ojos rasgados le entregó un plato repleto de comida, y Philip lo devoró en un instante; no había comido desde el último interrogatorio.

Las bisagras de la puerta suenan nuevamente, y ya estoy preparado para las palizas de los guardias. Pero cuando volteo mi cabeza, no me encuentro con uno de los hombres enmascarados, sino que con una chica pelirroja que me da la espalda. Su enmarañado cabello se balancea con cada uno de sus pasos, y, al igual que yo, está cubierta de moretones. Su cuerpo es empujado hacia el interior de la habitación, y junto con ella, entra uno de los soldados. El hombre rodea el antebrazo de la joven con una de sus manos, y clava las uñas en su piel.

—¡No me toques! —le grita con una voz demandante, mientras lo empuja fuera de la habitación—. Imbécil —gruñe entre dientes.

Se voltea, y la belleza de su rostro me sorprende. Múltiples pecas rojizas salpican su nariz, resaltando unos desafiantes ojos verdes. El insomnio se refleja en las grandes ojeras que marcan la piel bajo sus párpados inferiores. Sus labios carnosos y mordidos, llaman mi atención y mi mirada se detiene en ellos, unos segundos más de lo que debería.

Su rostro se contrae en una mueca de disgusto.

—¿Y tú qué miras? —reprocha a la defensiva.

Muerdo mi labio inferior; no debería estar fijándome en chicas, no cuando ella no está. No puedo pretender que todo está bien.

"No puedes pretender que todo está bien, Philip".

El niño soltó su primera lágrima luego de días. Hundió su cabeza en el hombro de la señora, mientras sostenía a su hermanita en brazos. Su único trabajo era cuidarla; y no fallaría.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora