Capítulo 8

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~Nicholas~

Los primeros días luego de mi traslado son difíciles. Después de unos meses, sin más compañía que unos amorosos guardias y una rata apestosa, se me hace extraño convivir con gente. Alexander y Sarah parecen llevarse muy bien; supongo que es normal, dado que se conocieron unos días antes de que yo llegara. No es justo; ni bien lleguen las personas restantes me aseguraré de que ellos se rían de mis chistes.

    La primera cosa buena de este sitio es que el colchón es más cómodo, aunque sigo sin poder conciliar el sueño. La segunda, es que ahora hay comida, y no pienso desperdiciarla. Tratando de hacer el menor ruido posible, me deslizo fuera de la cama y mis pies descalzos se ponen en contacto con el frío suelo del dormitorio.

    Abro la puerta con cautela, y camino con lentitud hacia la cocina; ya he memorizado el camino. Pero algo obstruye mi recorrido; Sarah se encuentra recostada sobre el sillón. Sus ojos enrojecidos destellan bajo la luz, ahora tenue, de la sala; creo que ha estado llorando.

—¿Qué haces despierta? —pregunto.

Traga saliva.

—No puedo dormir, ¿y tú?

—Igual.

Me desplomo a su lado, y ella se aparta aún más contra la otra esquina del sillón. No sabía que le caía tan mal. Abro mi boca para preguntarle si quiere comer algo, pero una ruidosa sirena me interrumpe.

    Las placas lumínicas ahora destellan con un tono rojizo titilante, que le brinda un aspecto terrorífico al sitio. Trueno mis dedos, asustado, mientras observo la entrada de esta nueva celda.

La puerta del dormitorio de Alexander se abre con brusquedad y el hombre sale de su habitación. Su torso desnudo muestra un abdomen marcado. «¿Qué necesidad de regodear?».

—¿Qué está pasando? —protesta.      

—Sé lo mismo que tú —respondo, un poco más brusco de lo que debería.

A la alarma, se le suman gritos y pasos detrás de la puerta. Mi corazón late a toda velocidad, y me pongo de pie, expectante a que algo suceda; nunca me gustó el suspenso.

El portón metálico se desliza hacia los costados, provocando un sonido estrepitoso, y suelto un gritito. Agrupados en un pequeño pasillo blanco, decenas de soldados desfilan hacia el interior de la sala. En medio de la formación, dos jóvenes maltrechos son empujados.

El conjunto de reclutas comienza a organizarse en una forma triangular. Armas se posan sobre sus brazos, y nos apuntan directo a la cabeza.

—Williams, Slora y Cooper. Al sillón —dicen al unísono.

—Cooper-Torres —aclaro.

Un soldado dispara al suelo, muy cerca mío. Corro rápidamente hacia la zona indicada, donde ya se han arrodillado los nuevos huéspedes. A mi izquierda, un joven rubio y de ojos azules penetrantes abraza su torso sudado. «¿Es necesario que todos sean mil veces más guapos que yo?» A su lado, una chica pelirroja observa al soldado sin pestañear ni una vez.

—Como verán, son prisioneros. —Oigo la voz del recluta que encabeza la formación.

—No me digas, Sherlock —respondo rápidamente.

El guardia camina con lentitud en mi dirección, y se acuclilla frente a mí. Toma mi mandíbula con sus manos y sus ojos negros penetrantes se posan en los míos, cargados de furia. Mi cuerpo comienza a dar espasmos incontrolables, y apenas puedo formular las palabras.

—L-lo siento, era un cumplido. Sherlock es un gran detective, ¿sabes?

El soldado se aleja, y suelta una carcajada.  Uno de los gorilas me apunta con el cañón de su arma, pero antes de que pueda hacer algo, su jefe le dice que no valgo la pena.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora