Capítulo 51

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~Philip~


—¡¿Qué?! —grito desquiciado. Eso es ridículo. Mi padre había muerto cuando yo era pequeño.

—Mami, ¿por qué todos los chicos en la escuela tienen papá? ¿Quién es mi papi? —dijo el niño.

Había llegado el día. La mujer sabía que su hijo haría esa pregunta, y no estaba preparada para responderla. No podía decirle la verdad. No podía dejar que Philip conociera a ese lunático.

Entonces mintió. Inventó una historia trágica; su supuesto padre, un médico exitoso, había muerto de un cáncer mortal antes de que Philip naciera.

El niño frunció el ceño.

—¿Qué es cáncer?

«Te está mintiendo. Te está engañando». Los dientes de hielo se aproximan tanto a su cuello, que si se mueve un milímetro perforarán sus arterias. «¿Por qué no lo haces? Lo matas y tus problemas desaparecerán».

Pero, ¿y si es mi padre? No. Un padre no es esa persona que te brinda los genes, es el que está ahí para cuidarte y quererte. En el caso de que lleve su sangre, ese hombre nunca estará relacionado a mí. Es un asco de persona.

Alexander me observa, con una postura rígida que no se asemeja ni en lo más mínimo a lo que él solía mostrarnos. A ese telón de falsedad y mentiras que utilizaba para cubrir su verdadero ser. De alguna manera, el aire a mi alrededor logra elevar su temperatura aún más. Aunque yo no soy capaz de sentirlo, puedo oír las respiraciones pesadas de Stephanie detrás mío.

—¡No quiero más mentiras! —grito, y los trozos de hielo se hacen aún más filosos.

—Es la verdad —dice Ferdinand «Neumann» entre quejidos.

—P-pero mi madre. —Mi voz flaquea.

—Te dijo que yo había muerto. La muy zorra te privó de la verdad, de que tu destino es convertirte en emperador.

—¡No hables así de mi madre! —grito y los dientes comienzan a introducirse en su áspera y arrugada piel.

—Tra-traigan e-el —dice Neumann en un graznido.

Miles de clones echan a correr, siguiendo las órdenes del emperador. Pensar que ni siquiera son humanos me da ganas de vomitar. Los movimientos a mi alrededor provocan que mi corazón se acelere, como si estuviera corriendo una maratón. Los lazos de hielo apretujan a Neumann cada vez más, danzando alrededor de su cuerpo. No puedo detenerme. Mi control sobre ellos se pierde a la vez que mis pensamientos. Ya no soy capaz de oír nada.

La frialdad de las ataduras que crean mis manos me quema por dentro. La temperatura de la estancia se alterna de una manera espeluznante. Frío.Calor. Frío. Calor. Mi piel suda y los estremecimientos de mi cuerpo desaparecen con el paso de los segundos.

Oigo el barullo de mis alrededores como si estuvieran a miles kilómetros de distancia; gritos que parecen estar bajo el agua; movimientos en cámara lenta.

De repente, el entumecimiento y la sordera se esfuman. Su lugar es tomado por un pitido extremadamente irritante. En un acto reflejo, tapo mis oídos con las palmas de mis manos y siento como los lazos que se aferraban a mi poder desaparecen. Ferdinand cae al suelo de rodillas, y frota su cuello con las manos, tosiendo sin cesar.

Ejerzo cada vez más presión sobre mis orejas, pero el sonido se infiltra en mis oídos de todas maneras. Me hago un ovillo en el suelo. Cierro los ojos con fuerza, intentando soportar el intenso dolor que inhabilita mi capacidad para respirar. Se siente como si mis oídos sangraran. Como si mis tímpanos estallaran constantemente. Como si estuvieran despedazando una parte de mi organismo, arrancándola.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora