Capítulo 33

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~4 de Agosto~12:00 A.M

Hoy es el día treinta y cinco desde que trajeron a Akira. Llevo ciento treinta y cuatro días aquí dentro. Desde entonces, hemos tenido unas cuantas conversaciones, pero ninguna importante. Sé que es hija única, y que nació en la capital del Estado Seresáico. Recuerdo haber pensado en los tiempos que pasé allí con mi familia. Es un lugar hermoso, repleto de edificios.

Los días pasan cada vez más lento. La tortura ya no me importa, porque sé cómo terminará esto. Ella y yo escaparemos. Ellos morirán. Saber el final lo hace aún más tedioso, como cuando miras una película sabiendo lo que sucederá, esperando con ansias ese momento. Ojalá fuese una actriz. Ojalá esto no fuese real.

5:42 A.M

Desperté con sus gritos nocturnos, como es usual. La consolé, asegurándole que saldríamos de aquí.

Sus pesadillas me recuerdan a las mías; los primeros meses de encierro fueron un suplicio, pero ahora se han esfumado. Me he acostumbrado a dormir en este asqueroso calabozo. Ya no sufro por las noches, porque la deshumanización que he experimentado es tan profunda que ya ni siquiera sueño. La fatiga se apodera de mi cuerpo, y cada noche es un vacío del cual no puedo recordar nada. Pero el agobio no siempre se presenta. A veces es necesario que me mantenga inmóvil durante horas para poder dormir. Y, como verás diario, en esas noches de insomnio, te escribo a ti.

La oscuridad y la angustia perturban cada una de las noches de Akira. Espero que algún día pueda dejar su atormentador pasado de lado, y logre dormir pacíficamente.

En todo este tiempo, me he dado cuenta de que Akira no se asemeja a ninguna de las personas que he conocido. Nunca creí, que durante estos tiempos de secuestro y tortura, encontraría a alguien con quien me lleve bien. Aunque apenas emite unas cuantas palabras y lo único que hace es quedarse recostada observando la pared, logro identificarme con ella.

En la madrugada, cuando ella duerme y yo espero a que el reloj marque las seis, me entretengo observándola. En este momento, su cuerpo me da la espalda. La sucia remera se ajusta a su delgado cuerpo, y deja ver un fragmento de su dorso al descubierto. Su piel, de un color blanco pálido, es atravesada por decenas de cicatrices rosadas y blancas, y múltiples lunares forman un perfecto patrón en su espalda, como si los hubieran pintado a la perfección.

3:47 P.M

Se hicieron las seis, y nos despertaron para el desayuno. Había dormido tan sólo quince minutos, y la fatiga era tan intensa que no quise levantarme de la cama. Por esa razón, me abofetearon, e intentaron colocarme el maldito brazalete, pero Akira se interpuso. Les dijo que me dejaran en paz, y por ello la encadenaron a su cama. Akira me salvó de la tortura.

Hasta las siete, intenté librarla de las correas que la mantenían aferrada a su cama, pero no tuve éxito. Cuando la aguja del reloj marcó las 7:42, Akira ya dormía, y yo cerré los ojos.

De once a tres, finalmente decidieron llevarme a la sala de tortura. Hace cuarenta y siete minutos que he vuelto, y la sangre mana de mis muñecos con vehemencia, mánchando mis sábanas que en un principio eran blancas, pero ahora se han teñido de un color pardo y desagradable.

Los primeros veinte minutos fueron de consuelo y ayuda de parte de Akira. Los próximos quince de conversación. Me preguntó de mi familia, y le hablé de mi padre. Era psicólogo. Es. Le conté que es una de las personas que más quiero en la vida y que siempre fue (secretamente) mi favorito. Mi madre nunca supo comprenderme, pero él sí.

Me dijo que le gustaba leer, y yo respondí que lo odiaba. Su sonrisa provocó una en mis labios; la primera en meses. Me preguntó si me gustaba hacer algo y le dije que cantaba, aunque no utilizo mis cuerdas vocales hace tanto tiempo, que ya no sé si puedo afinar siquiera una melodía.

Si me preguntas cuál es el objeto que más extraño, tendría que decir mi Hologram. No por los juegos ni los mensajes, sino por toda la música que albergaba. Cada uno de esos dispositivos muestra la personalidad de su dueño; guarda información tan valiosa como nuestros cerebros. Me represento con cada canción que guarde allí, y daría lo que sea para poder perderme en su ritmo en este momento. No lo quiero, sino que lo necesito; lo anhelo. Necesito escuchar la musicalidad de una canción, su letra, su arte y armonía. Necesito oír el compás de las canciones con las que siempre logré apaciguar mi tristeza, incluso cuando apenas era una niña.

Es sorprendente que Akira se haya dormido nuevamente. Es cómo si fuera lo único que hace. Intento escribir cuando ella no me observa; es muy difícil lograr que la tinta garabateé las páginas cuando siento que me están espiando.

Aunque escribir esto no tenga ningún sentido, siento que me estoy comunicando con alguien. Las amarillentas páginas de esta libreta de cuero, de alguna manera logran consolarme. Si mi abuelo me viera ahora mismo, una sonrisa se formaría en sus labios. La gente no escribe a mano desde hace décadas. Los aparatos electrónicos han cambiado el mundo, y el único rastro del papel que nos queda son los libros de antaño. Mucha gente nunca sentirá el olor a libro nuevo; el tacto de la superficie rugosa sobre las yemas de los dedos.

Mi madre siempre dijo que soy un alma vieja, nacida en un cuerpo joven. Me fascinan las películas previas a la Guerra de los Países, cuando los años se contaban con respecto al nacimiento de Jesús. Parece ridículo pensar, que el tiempo se contaba según una religión, cuando el cristianismo ha desaparecido hace centenas de años. Cuando todo lo que se creía verídico ahora parecen tonterías; cuentos de hadas. Hace miles de años se creía en Zeus, y luego eso parecía ridículo. Lo mismo sucedió con Jesús. Es imposible creer en un Dios; no con tanta gente muriendo en la Nación Occidental; no con los que sufrieron las consecuencias de la Guerra Pangéica; no con la dictadura.

Recuerdo que en mi niñez, pasaba mi tiempo buscando música que hablara de este tema en particular, en la que los artistas cantaban sobre lo que habían sufrido en primera persona, y era tan horroroso que me conmovía al instante. Al cabo de unos años, estas canciones se ilegalizaron y asesinaron a los cantantes, como es usual en este maldito mundo.

Querido Emperador: Si por alguna razón lees esto, porque espías hasta mi diario íntimo, vete a la mierda. 

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora