Capítulo 14

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~Nicholas~


Hace tres días que Philip tuvo el ataque. Tres días en los que tuve que hacer de enfermero y llevarle la comida a la cama. Básicamente, soy su esclavo.

Durante este tiempo, hemos estado practicando nuestros poderes. Y no, por más que lo intente, no puedo transformarme en una pata de jamón gigante. A pesar de esta desgracia, sí que he progresado; ahora puedo cambiar el color de mis ojos por unos pocos segundos.

Sarah no se ha quedado atrás; a veces puede ver el pasado de las personas bajo voluntad propia. El poder de Alex continúa sin servir para nada, y Philip ni siquiera ha descubierto el suyo.

En este momento, Stephanie se encuentra acurrucada en una esquina del sillón. Sus rodillas están pegadas a su pecho, y su cabello cobrizo cubre gran parte de su rostro. Aparta los mechones con una mano, la cual resplandece tenuemente; su brillo es la única iluminación de la oscura sala. Concentra la mirada en sus dedos nuevamente, y unas pequeñas chispas revolotean entre ellos. Suelta un sonido de frustración, y cierra los ojos, intentando concentrarse.

Camino frente a ella, y mis pies arrastran el polvo del suelo. Cuando me estoy aproximando a la puerta de la cocina, oigo un sonido de satisfacción. De reojo, observo a la joven; unas llamas brillan con fulgor sobre las palmas de sus manos.

Me adentro en la cocina, y mis ojos recorren el sitio en busca de la escoba; cuando mi mirada encuentra el trozo de madera, extiendo mi brazo y lo tomo. Vuelvo a atravesar la sala, y me dirijo hacia la habitación de Alex y Philip. Abro la puerta sin pedir permiso.

—Hay que limpiar el suelo —le arrojo la escoba a Alexander, mientras intento contener una carcajada.

Ahora que ya he cumplido mi labor en la limpieza del lugar, es hora de dormir. Un bostezo escapa de mi garganta, mientras camino con pasos pesados hacia mi dormitorio. Dirijo mi mirada a Stephanie una última vez; el fuego de sus manos es tan débil que apenas puedo captar un mechón de cabello anaranjado. Pelirrojo, como el suyo.

Abro la puerta de madera con violencia, y la estampo detrás de mí. No debería estar pensando en esto. Me desplomo sobre mi cama deshecha, y hundo mi cabeza en la almohada.

Una jeringa en mi mano. La decisión en mis manos. Su destino en mis manos.

Mis ojos amenazan con llorar, pero tengo que mantener mi armadura; debo dejar de recordar esto. Pero pensar que él estaba ahí, y yo no hice nada...

No puedo arrojar todo lo que he construido por la borda. Pero nadie me está viendo... estoy solo. Y por fin, luego de tanto tiempo que parece una eternidad, lloro. Dejo que la humedad se deslice por mi rostro, que las lágrimas mojen la almohada bajo mi cabeza.

Y no es sólo él. Son mis padres. Es mi vida, que nunca volverá a ser igual. Es todo lo que los soldados me hicieron. Los detesto.

Un sollozo escapa de mi garganta, pero me contengo. Debo reir, no llorar. Debo ser fuerte; no caer.

El crujido de la puerta se oye. Detengo mis sollozos y limpio las lágrimas de mi rostro en un instante. No pueden verme así.

Tomo aire profundamente y volteo mi cabeza.

—¿Acaso no sabes tocar? —bromeo, obligándome a fingir una sonrisa.

Sarah frunce el ceño y sus ojos recorren cada centímetro de mi rostro. «Se dará cuenta, debo componerme».

Me incorporo y con un gesto le indico que cierre la puerta.

—Sarah, sé que no puedes vivir sin mí, pero ¿visitarme en mi propio dormitorio? Esto ya es demasiado —digo.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora