Capítulo 34

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~Philip~

Abro mis ojos. Un pitido insufrible. Mi pecho apretado contra un cristal agrietado. Explosiones. Disparos. Vidrios rotos. Humo. Stephanie a mi lado. La sangre brotando de su abdomen.

El cuerpo de Nicholas está tumbado sobre el asiento. Sus ojos se entrecierran y su mirada vaga por sus alrededores. Observo a través del cristal que compone el vehículo. Una jungla nos rodea; miles de árboles entrelazan sus ramas, y la luz del Sol apenas logra filtrarse.

La oscuridad se asemejaba a su alma. Fría, carente de luz.

El aroma de la tierra húmeda se infiltra por mis fosas nasales. Aire fresco. Naturaleza.

El niño, cubierto de lodo, abrazaba a su madre. Ella no tenía idea de que su muerte lo afectaría tanto. No entendía que la inocencia de su hijo se esfumaría de un segundo al otro. No sabía que su hija todavía no concebida, moriría en las manos del monstruo que ella había engendrado.

No puedo creer que me encuentro en el exterior. Se siente muy extraño no tener un techo sobre mi cabeza. El sentimiento generado por la libertad es tan profundo que una lágrima escapa de mis ojos. Levanto la mirada. Unas nubes que parecen trazadas con un pincel, cubren el cielo de blanco. En el interior del vehículo, Sarah sostiene su cabeza con fuerza. Sus dedos pintados de sangre se apoyan sobre el cristal, dejando una huella rojiza.

La sordera desaparece. El pitido es reemplazado por el canto de las aves, y unos leves estallidos, que se hacen cada vez más fuertes. Disparos. Ya no tengo energía para protegernos. Miro hacia atrás. Tres orbes repletos de soldados. Sus armas apuntando directo a nuestras cabezas. Sus dedos presionando los gatillos en todo momento.

No quiero luchar. No quiero resistirme. No quiero correr. Solo quiero dejarme caer. Cerrar mis ojos y entregarme. Volver con Emma.

El hombre siempre deseó rendirse. Pero ella era su pilar. Y él lo tumbó. Destrozó el único elemento que lo mantenía en pie. Y ahora está cayendo por un precipicio sin fin. Una tortura constante. Un castigo merecido.

La esfera de cristal que nos transportaba se ha estrellado contra un árbol, y se encuentra tumbada boca abajo. Mi espalda se apoya sobre su techo. Me incorporo lentamente; un dolor se asienta en mi columna vertebral y mis huesos crujen. Mi cuerpo no responde a las órdenes de mi cerebro. Es como si no tuviera la fuerza necesaria para controlarlo.

«Si la tienes» me corrijo. «La necesitas».

Inspiro lentamente. Mi brazo izquierdo rodea el cuerpo de Stephanie, y la alzo con sumo cuidado.

Busco la salida del vehículo, pero no la encuentro. Los asientos penden del techo, y Nicholas se ha quedado trabado allí, su cuerpo cabeza abajo.

Coloco mi mano sobre el cristal; el tatuaje se encuentra cubierto de sangre, pero el visor no aparece; estamos encerrados en el orbe.

Mis ojos escudriñan el sitio, y se fijan sobre una de las grietas del vidrio. Tomo impulso, y pateo la superficie una y otra vez. Las aberturas crecen hasta que todo el lente se craquela, y varios fragmentos del material se incrustan en mi pie. El dolor es instantáneo, pero no me detengo. Tomo una vara de hierro, que se había desprendido de uno de los asientos, y atizo golpes con esta. Finalmente, el material estalla en pedazos, y el viento se adentra con tal rapidez que me impide abrir los ojos.

Quito el resto de vidrios, y atravieso el hueco con cautela. Mis pies se apoyan sobre la tierra, y corro a toda velocidad, cargando a Stephanie en brazos. Los proyectiles impactan contra el vehículo.

Poso el cuerpo de la joven detrás del tronco de un árbol. Está a salvo. Sus ojos se abren levemente y se fijan en los míos.

—Gracias —susurra.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora