Capítulo 9

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~Sarah~


Stephanie se ha adueñado de la cama que se encuentra a mi lado. El silencio llena el vacío de nuestras palabras, mientras ella observa la pared, dándome la espalda. Quiero convencerme de que he vuelto atrás en el tiempo, de que somos Lizzie y yo recostadas en nuestro dormitorio. Nunca había anhelado tanto la compañía. Pero no es lo mismo, porque mi hermana me hablaba y Stephanie no; porque con Lizzie tenía una conexión, y con ella no.

Sin embargo, por lo menos la soledad no me atormenta. Todavía recuerdo mi primera noche en la celda. Fue el primer momento en el que conocí lo que se sentía estar sola; los minutos se hacían horas, y las horas días. El hueco que la falta de compañía había dejado, todavía no era percibido por mi cerebro; como si no fuese real. Allí, echada sobre el soporte de metal que apenas podía ser llamado cama, comencé a hablarle a mi hermana, pero no obtuve respuesta alguna. No había nadie, y nunca habría nadie, porque Lizzie no estaba conmigo; ni mi madre; ni mi padre. Estaría sola por siempre.

Retengo las ganas de llorar; ya he sufrido lo suficiente. Lo único que necesito es alguien en quién confiar. Trago saliva, y dirijo mi mirada hacia la joven.

—Steph... —digo con voz queda.

—¿Mhm?

Muerdo mi labio inferior. No es de gran ayuda que mi compañera de dormitorio sea tan cortante.

—¿Tienes hermanos? —susurro.

La chica pelirroja se retuerce en su cama y suelta un «sí» tan breve que apenas puedo percibirlo. No quiere hablar de ello.

—Yo también tenía una... —No puedo creer que acabo de hablar en pasado—. Es mi melliza.

Stephanie suelta un bufido y se voltea. Realmente pienso que va a comunicarse conmigo, pero su mano atraviesa un holograma, y nos sumimos en la oscuridad.

«Genial» pienso.

Sin desperdiciar más tiempo intentando hablar con alguien que ignora cada una de mis palabras, me pongo de pie y me dirijo hacia la cocina.

~Alexander~


El techo del dormitorio cruje y los sonidos de cerdo que produce Philip me mantienen despierto. Mis ojos se fijan en el anillo que cubre mi dedo; mi única pertenencia. Mi mirada se desliza hacia abajo, y recorre el tatuaje de mi muñeca; una combinación entre un infinito y dos espirales.

Detesto compartir habitación, pero por lo menos no es con Nicholas. Necesito mi espacio, mi privacidad, mi silencio. No puedo aguantar a Philip roncando a mi lado, aunque sé que no puedo quejarme.

El pijama de tela blanca que encontré en el armario apenas me cabe, y mis tobillos quedan al descubierto. Las cobijas que cubren mi cuerpo parecen no hacer efecto alguno, porque el frío penetra mis huesos. Me retuerzo, intentando encontrar la posición ideal para que el cansancio se apodere de mí. Al voltearme, me encuentro con dos ojos azules que me observan con intensidad.

Philip abre sus párpados tan ampliamente que pareciera que están jalando de ellos; creo que prefiero los ronquidos antes que esto. Mechones de cabello, blanco bajo la tenue luz del dormitorio, caen sobre su frente.

—¿Todo bien? —pregunto.

Mis palabras lo sacan de su entumecimiento.

—Ehh... sí-sí claro —Muerde su labio inferior—. Pesadillas. Siento haberte asustado.

Me encojo de hombros; la realidad es que por su culpa nunca dormí, pero no se lo diré ahora.

Aparto la manta que ejerce presión sobre mi cuerpo, y apoyo las suelas de mis pies sobre el frío suelo de madera.

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora