Capítulo 27

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~10 de Julio~


10:30 AM

Han pasado diez días desde que trajeron a esa chica. Diez días desde que tengo compañía, pero no hemos entablado ni una conversación. Ni siquiera una pequeña charla. No tengo idea de cómo es su voz.

Hoy es día de chequeo nuevamente, o como yo prefiero llamarlo, día de tortura. Es el octavo desde que me encerraron, aunque se sienten como si hubiesen sido miles. Cada segundo en esa cámara de terror, me hace querer arrancarme los ojos con una cuchara.

7:45 PM

A las 11 el soldado esperaba en mi puerta. Uno de los hijos de puta enmascarados, desató las correas que me sostenían aferrada a la cama, y me obligó a avanzar.

Once y media me vestían, sin privacidad alguna. Desearía que al menos fueran mujeres. Me pregunto por qué tan sólo hay soldados hombres.

Doce y cuarto me colocaban la pulsera. Ese artilugio de metales entrelazados que perforaban mi piel. El dolor me mareaba. La droga me atontaba. El sueño amenazaba con desmayarme; con dominar mi cuerpo.

Luego, me llevaron a otra habitación. A la sala de tormento, de interrogación.

Doce y media me torturaban. Por cada minuto que no hablaba, las garras abrían mis músculos aún más, clavándose en mi carne, mientras la sangre transitaba por mis manos hasta caer en gotas al suelo. El dolor era tan profundo, que sentía que iba a desmayarme.

A la una, la silla eléctrica. En este punto, ya no sabía cómo podía aguantar tanto. Mis ojos se cerraban. Mi cuerpo quería dejarme inconsciente, para dejar de sentir. Para protegerse. Los guardias continuaban gritando, amenazándome para que hable sobre mis visiones, pero no entendían que yo no había tenido una en semanas. Quería llorar de la impotencia y dolor, pero si lo hacía, sería peor.

Una y media las golpizas. Los puños de acero cubrían los nudillos de los guardias, impactando contra mis costillas. La sangre emanaba de mis vasos sanguíneos como cascadas, y mis pulmones buscaban oxígeno. Cada extremo de mi cuerpo sigue en agonía. Las cicatrices de mis muñecas no se han cerrado y soy incapaz de acostarme sin emitir un alarido.

Desperté seis y media, atada de vuelta a la cama, con sogas quemándome la piel de las muñecas y tobillos. Supongo que finalmente me desmayé. La joven me observaba desde su esquina, también amarrada a su colchón.

En este momento, permanece dormida, y la observo detenidamente mientras escribo aquí. Sus respiraciones suben y bajan pesadamente, como si estuviera sumida en un profundo sueño.

O pesadilla...

Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora