~Philip~
El tiempo se detiene. La sangre se extiende alrededor de Stephanie, y su piel se hace más y más pálida.
Su vida era una repetición constante. Muerte. Sangre. Pérdida.
Las carcajadas del guardia retumban en las paredes de la celda. La repugnancia de su risa rompe los amarres que aprisionaban a mi ira, y el deseo de hervirle la sangre al hijo de puta aumenta con cada segundo. «Mataste a tu hermana intentando defenderla» me recuerdo. Mi prioridad es que Stephanie sobreviva. No puedo permitir que nadie más muera.
Me aproximo a ella, y cada paso se siente como si caminara a través de montañas de arena. El ritmo de mis respiraciones se acelera cuando la sangre atraviesa la tela de mi calzado. Lágrimas se deslizan por mis mejillas, evaporándose en el camino. Si Stephanie no sobrevive, será la segunda vida que los guardias habrán arrebatado.
El joven sabía que eso era mentira. El peso de la muerte de Emma nunca abandonaría sus hombros, porque por más que tratara de convencerse de lo contrario, era todo su culpa. Habían sido sus manos las que habían congelado a su hermana hasta asesinarla. Había sido el remordimiento el que lo había cambiado para siempre. Y no había ninguna mentira que pudiera revertirlo.
El camino hacia ella parece interminable, pero finalmente llego. Mis piernas fallan y caigo de rodillas al suelo. Aún más sangre empapa mis prendas de ropa y el olor metálico me produce arcadas. Stephanie no puede morir. No. No. No.
El hombre seguía negando la muerte, aunque le habían demostrado múltiples veces que la vida podía acabarse de un segundo a otro.
—¿Steph? —susurro desesperadamente.
—Phil... —murmura con voz débil—. Duele.
Sus palabras me recuerdan a las de mi hermana. El dolor emocional se convierte en físico, y provoca una punzada tan dolorosa que debo posar una mano en mi pecho y aplicar presión sobre mi piel hasta que las uñas se clavan en mi cuerpo. Muerdo mi labio inferior y acuno su cabeza con delicadeza. Sus ojos se posan en los míos y lo que veo me paraliza; el color de sus iris está perdiendo su resplandor, y las características chispas que los adornan han perdido su fulgor hasta casi desaparecer por completo.
La sequedad se apodera de mi boca y trago saliva con dificultad, intentando apaciguar el dolor de mi garganta. Deslizo mis dedos por su rostro y acaricio la pálida piel de su mejilla.
—Steph, todo estará bien —miento—. Por favor no me dejes. Mantente despierta.
Sus ojos comienzan a cerrarse y su cabeza ladea hacia atrás; está perdiendo la fuerza de su cuerpo. Desesperado, doy leves palmadas en su rostro, intentando que despierte. Pero no lo hace. Y es mi culpa. Ella estaba intentando defenderme. Nuevamente, no fui lo suficientemente fuerte.
Aparto la mano de su mejilla con lentitud, sin poder procesar que Stephanie está muriendo. El tacto de mis dedos contra su pómulo ha dejado una huella de cenizas sobre su piel.
La desesperación apenas me permite respirar, y busco con la mirada a Steph y Alex.
—¡Haz presión sobre la herida! —Mis ojos encuentran a Alexander.
El chico sigue mis ordenes, y corre hacia nosotros. Los alaridos de Steph aturden mis tímpanos, y puedo sentir como su sonido se asemeja a un eco que rebota contra las paredes de mis oídos.
Los gritos de los niños que se hospedaban en el orfanato retumbaban contra las paredes del sitio, provocando que los alaridos se vuelvan aún más desoladores.
Como todas las noches, el joven se recostaba en una posición fetal, esperando a que los recuerdos que amenazaban con torturar su conciencia, se escondieran en lo más profundo de su mente y lo dejaran en paz. Sin embargo, sus deseos nunca se cumplieron, sino que la situación empeoró aún más. El remordimiento previo no se comparaba al actual, porque ahora estaba seguro de que había sido su culpa.
Oigo otra carcajada, y ya no puedo contenerme. Antes de siquiera pensar en lo que estoy haciendo, me volteo y corro hacia el soldado que casi la mata. Pateo el arma que sostienen sus manos, y el artefacto cae al suelo. La risa del imbécil se frena, y comienzo a golpearlo con todas mis fuerzas. Su cuerpo se tambalea, y antes de que pueda equilibrarse, estampo mi hombro contra su cadera, y lo derribo.
Me siento a horcajadas sobre el cuerpo del soldado. Mis nudillos atizan tantas veces contra su rostro que pierdo la cuenta, y su máscara comienza a desintegrarse; el material negro se transforma en un polvo grisáceo. Con cada golpiza que le doy, la ira aumenta aún más. Sangre se desliza por su cuello, y la resistencia del soldado cesa. No puedo controlarme. No puedo escuchar. No puedo pensar.
El niño no podía pensar. Lo que la grabación de la cámara de seguridad mostraba tenía que ser mentira; no podía ser así. Los oficiales de policía susurraban; estaban hablando sobre él.
—¡Ya basta! ¡Es suficiente, vas a matarlo! —Alex me detiene por los brazos y me empuja violentamente hacia el otro lado de la sala.
—¡Y qué carajo importa si lo mato! —grito enfurecido—. Se lo merece.
Mi pecho sube y baja con una intensidad increíble. Ya no me reconozco.
Desvío la mirada hacia Sarah, quien me observa con terror. Me tiene miedo. Miedo. Miles de dagas se incrustan en mi corazón cuando diviso el rostro de Stephanie. Sus ojos permanecen posados en los míos como si fuera el único presente, y sus facciones reflejan una mezcla de sentimientos ambiguos que no puedo descifrar, mientras que una silenciosa lágrima de fuego brota de su ojo derecho.
El soldado aprovecha mi momento de debilidad y se escabulle. Cobarde. El deseo de perseguirlo y continuar torturándolo es opacado por mi preocupación. Me vuelvo hacia Stephanie. Una sonrisa triste se ha dibujado en sus labios, y ya no parece sentir el dolor. A su lado, Sarah ejerce presión sobre la herida, mientras sollozos escapan de su garganta.
—¿Qué hacemos ahora? —digo, y mi voz se quiebra.
—S-sin ayuda médica, ella n-no... —Sarah no puede terminar de hablar, y toma aire entrecortadamente.
—Déjenme aquí, ya casi estoy muer...
—No digas eso —la interrumpo—. Estarás bien, todo estará bien.
Me aproximo con lentitud. Abre su boca, pero antes de que pueda decir algo, el cansancio se apodera de ella y cierra los ojos lentamente.
—No, Steph, no te duermas. Despierta, eh despierta —ruego.
Cierro los ojos. No puedo verla así, pero tampoco puedo apartar la mirada. Respiro como nunca antes, mientras escondo mi rostro en el hueco de su cuello y hombro. Puedo oler las cenizas y sangre que su cuerpo gélido emana, pero también su dulce aroma.
Las violentas sacudidas de Stephanie me obligan a apartarme.
—¿Q-qué hacemos? —grita desesperada Sarah—. Su corazón sigue latiendo. Debemos actuar ya.
De pronto, la puerta de metal se abre de par en par. . «¿Y ahora qué quieren estos inútiles?» pienso para mis adentros.
Decenas de soldados vuelven a adentrarse en la habitación mientras que sus malditas armas apuntan directo a nuestras cabezas. Uno de ellos me obliga a apartarme de la joven agonizante.
Sus brazos se colocan debajo de Stephanie, y le levantan del suelo. Intento resistirme, pero otro de los reclutas sostiene mis brazos.
—¿Qué quieren de ella? ¡¿Tan poca empatía tienen?! —Alzo mi voz—. Está muriendo. —Mis palabras se entrecortan ante la cruda realidad.
Los uniformados hacen caso omiso a mis súplicas y la recuestan sobre una camilla metálica.
—¡Suéltenla! —interviene Sarah.
—¿Cuál fue su propósito, eh? ¿Matarla? ¡No hacía falta dispararle! —grita Alex.
El soldado que me retiene me suelta, y se retiran de la sala, llevándosela junto con ellos.
Quiero seguirlos, pero mi cuerpo no responde. Quiero gritar, pero mis cuerdas vocales no funcionan. Tal vez nunca volveré a ver a Stephanie. Mis piernas no paran de temblar, y me trasladan hacia una esquina de la sala. Caigo de rodillas al suelo, y abrazo mi propio cuerpo, mientras el hielo se apodera de las paredes. Ya no me importa. Ya nada me importa.
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Una Prisión Infinita (Eslabones de Sangre #1)
Science FictionSu mayor deseo se convirtió en su peor pesadilla. La oportunidad de salvar sus vidas las ha arruinado por completo. El mundo se encuentra dividido: un Imperio liderado por un hombre perverso, y una Nación hecha estragos a causa de un virus que arr...