"21"

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Maxwell, no Jamie.

Cabello castaño, ojos azul oscuro. No rubio de ojos verdes.

El hecho me toma por sorpresa, estoy segura de tener una mueca inquieta y cuadrada conteniendo los límites de mi cara. Me siento de esa manera.

¿Maxwell? Pero, ¿cuándo? ¿Dónde? Estoy perdida, desorientada, como si me hubiesen introducido a un cuento distinto al mío cuya trama desconozco. Hera es la persona más reservada que conozco, incluso más que Eros, pero no sabía a qué extremo, digo, ¿los amigos no se cuentan los acostones? ¿O es qué este es tan poco importante para ella para pasarlo por alto?

Luego tendría tiempo para divagaciones y teorías, justo ahora, no mirarle el miembro al chico al filo del desmayo y tratar de quitarle la panty a Eros de la muñeca son mi prioridad.

Y aún en el calor de la situación, Eros no se deja despojar.

—No tenías derecho, Eros—gruñe Hera cayendo sobre sus rodillas junto al chico. Maxwell cierra los ojos, gimiendo de dolor—. Hey, Max, ¿me oyes?

—¿Vas a responder o te tragaste la lengua?—Eros le propina un puntapié sin intensión de dañarlo, es más un movimiento para que vuelva a la realidad. De todas maneras le doy un empujoncito con mi mano en su pecho descubierto que le hace retroceder un paso—. Ponte de pie.

—Dale un minuto, lo enviaste a otra galaxia—pido, ayudando a Hera a levantarlo. Un solo golpe y tiene al pobre chico con la mente en blanco.

Maxwell le pone empeño presionando los talones contra la alfombra de Hera, facilitándonos la tarea. En el proces  Hera y yo compartimos una mirada cómplice, ella ríe y en un descuido la sábana por poco se le cae también.

—Te quiero fuera de mi casa, ahora.

Maxwell se toma un breve lapso de tiempo para recomponerse. Se refriega los ojos, agita la cabeza y otro hilo de sangre le gotea de la nariz. Hera le pasa un cojín que él usa para cubrir su cuestión, me hago una nota mental de nunca más tocar nada de la indumentaria de la cama de Hera hasta asegurarme que la ha cambiado.

Ella observa alterada la sangre empapando el mentón del chico, enseguida saca la cajita de pañuelos descartables que guarda en la gaveta de la mesa de noche y él se limpia el área, sin perder el gesto de dolencia.

Verlo duele, físicamente duele. Me tengo que tocar la nariz para desvanecer la extraña sensación.

Eros cruza los brazos y se reclina contra la pared al costado de la puerta. Contempla la escena como buitre a la espera de que su próxima presa pase a mejor vida para darse el banquete de su existencia.

—Ayúdame a entender, mein freund—dice con la voz grumosa—, ¿Por qué la agresividad?

«Mi amigo»

Eros bosqueja una mueca de hastío, despegándose de la pared con aquella actitud defensiva que me descompensa y baja la sangre a los talones. Hera se pone de pie delante de Maxwell al ver a su hermano acercándose, cosa que le hace fruncir el ceño a él.

—¿Te parece poco que te haya encontrado en la cama con mi hermana menor de edad?

—Casi como un déjà vu, ¿no te parece?—comento con gracia, enlazando una mirada de un latido con Eros.

Niega con ímpetu e indiferencia. Casi me suelto a reír, ¿cuánto cinismo cabría en una persona? Eros es insaciable en más de un sentido.

—Hacer el amor es parte de nuestra naturaleza, eso lo sabes tú muy bien—declara el Maxwell con soltura y seguridad, moviendo la vista a mi posición—. Perdona la intromisión, pero, ¿no eres de la misma edad que mi Hera?

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora