"55"

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  —¿Cómo qué por falta de evidencia? ¡Él mismo confesó que las notas fueron enviadas por él!

Eros continúa desplazándose de un extremo a otro de la recámara, con una mano en la cadera y la otra desordenándose el cabello. El temor se acumula en la punta de mis dedos adormecidos debido al fuerte enlace que mantengo entre ellos.

—No hay ni una maldita huella en ninguna, su abogado tomó ventaja de eso y en la última audiencia cambió de versión, ha dicho que no fue él—informa, cesando los pasos—. Sin pruebas, sin confesión y la fianza paga.

Esta no es, ni de cerca, la manera en la que quería recibir mis dieciocho años, preocupada por asuntos de gente que me dobla la edad. Bueno, que ya lo estaba, pero el día de paseo me había relajado lo suficiente como para desecharlo hasta que el sol volviese a intentar salir.

Eros arroja el celular a la cama y se saca el suéter, constatando la exasperación en cada brusco movimiento. Le sigo con la mirada hasta el baño, en tanto me deshago de los zapatos, el interior de mi mejilla sufre un mordisco al verle agacharse y abrir el grifo después de regular la temperatura en la pantalla de la pared.

—¿Crees que hará algo?—mi voz deja en evidencia mi temor.

No quiero ni pensarlo, la garganta me arde como las brasas de la chimenea y mi vista se atesta de lágrimas. Pese a que pongo todo mi empeño en aferrarme a la estela de seguridad que el equipo de Rox y Francis provee, algo en el fondo de mi mente me advierte que nada de eso será suficiente.

Como una caída libre, imparable, sin nada que nos respalde.

Dibujo líneas en el suelo con la punta del pie, fijo la vista en el esmalte negro desgastado del dedo gordo, escuchando los pasos de Eros acercarse.

—De esta mierda nos preocupamos después—masculla, acuclillándose para quedar a mi altura. Acuna mi cara en sus manos heladas, buscando toparse con mi mirada—. Vinimos hasta aquí a celebrar tu cumpleaños, y eso es lo que haremos.

Restriega con el dedo el extremo de mi boca, el tacto me saca una sonrisa parecida a la suya, diminuta en tamaño, gigante en sentimiento.

—No sé cómo no preocuparme después de saber eso.

Suelta el aire por la nariz, mirándome con las pupilas destellantes.

—Tengo algo para ti—dice, el beso ruidoso que me estampa en la mejilla al ponerse de pie me echa hacia atrás—. Para los dos.

De la maleta con la ropa desparramada al costado saca una mochila más pequeña, esa que usa para guardar sus cosas de higiene personal. Mi afeitadora desechable, champú dos en uno y desodorante quedan en ridículo frente a su crema de afeitar, champú especial para su textura y color de cabello, perfume, gel, crema hidratante, una afeitadora de lo más extraña, peine y parches para las ojeras.

Extrae un contenedor de aluminio y una bolsa transparente.

—¿Es lo qué creo qué es?

Gateo a la esquina dónde ha dejado las cosas, yendo directo por la bolsa de lo que parece brócoli seco. Isis se desvive criticando día y noche a los fumones de la esquina, sufriría un infartpo si se llegase a enterar que su hija se ha puesto eufórica del júbilo que le da saber que va a follar en un jacuzzi con los ojos tan rojos como la luz de un semáforo.

Intento agarrar la bolsa, pero Eros se adelanta. Arquea una ceja y me indica que vaya al baño con un movimiento de la cabeza.

—Métete al jacuzzi—pide—. Desnuda.

Hace un minuto tenía la mirada abnegada en lágrimas por el tema de Zane, ahora con esa demanda y la antelación, la tensión ocupa otra parte en mi cuerpo.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora