—No mamá. Es que tú tienes que estar ahí para sentirlo—reitero, moviendo el celular por todos lados, buscando cortar la interferencia en la llamada—. El ambiente, el aura, la desolación de cada recámara y, ay no, yo no puedo describirlo.
La sensación espeluznante que me acogió luego de recorrer el campo de concentración de Dachau, no desapareció a lo largo de la noche como imaginé. Tuve pesadillas resultado de las fotografías en blanco y negro que ayudaron al guía a relatar la historia de sufrimiento y terror que allí se vivió.
Dachau fue construida sobre una fábrica de pólvora. Un día después de su construcción, los primeros prisioneros fueron internados. Estuvo operativo desde el veintidós de marzo de mil novecientos treinta y tres, hasta el veintiocho de abril de mil novecientos cuarenta y cinco. Al ingresar, lo primero que notas es la frase en alemán 'el trabajo te hace libre' forjada en la puerta. El cinismo casi me hace vomitar.
Cruzar esa puerta fue dejar olvidada el alma en la entrada.
Oír los métodos de tortura, las injurias, la forma grotesca del trato de un humano hacia otro solo por vestirse con ínfulas de superioridad, me produjeron arcadas la mayor parte de la visita. Pasamos por el museo, los barracones dónde nos explicaron como dormían los prisioneros de acuerdo a su clasificación. Cuándo creí que no podría ponerse más oscuro, entramos al barracón dónde probaron medicamentos que a menudo mataban a las víctimas.
Y se puso peor al ingresar al crematorio.
Luego de pasar un puentes solo después de ver los monumentos religiosos, llegamos a la zona de los hornos y las espeluznantes cámaras de gas, de las que no hay evidencia alguna de que fuesen usadas, pero que no me rebajó el temblor en las entrañas.
Aunado a eso, las noticias de Venezuela acabaron por desvanecer la última pincelada de buen humor que me restaba. Nunca me voy a perdonar el no haber disfrutado como debí de las vistas que ofrece la que fue, la casa de verano de Adolf Hitler.
Llegar fue todo un reto, uno que valió cada segundo. Dejando de lado el vértigo que sufrí. Entendí la razón de Eros de hablar maravillas de los Alpes Bávaros, pero me gane unos buenos mareos. Una vez en la cima, pasamos por un caminito de casi veinte minutos, teníamos la opción de tomar el ascensor, pero los chicos querían aprovechar al máximo el panorama. La subida fue complicada, eso, sumado al trauma de la mañana, el estómago se me cerró y comí menos de la mitad del plato y media copa de vino.
—Intenta, Sol, verga hay que jalarte bolas para todo.
El reclamo de Isis me hace escupir una carcajada de lo más horrenda. Eros, sin entender una mierda, arquea una ceja mirándome de reojo. Le hago una seña para que vuelva la vista al frente, lo último que deseo es volver a casa envuelta en vendas.
—A ver, primero sin groserías que luego las repitos y te arrechas—me atrevo a decir ahora que no la tengo cerca.
La broma pierde la gracia al no recibir un regaño de inmediato. Con Isis, los silencios son intranquilos, los gritos, lo contrario.
—Sol Verónica, tú estás buscando que yo...
—Ya pues, perdón—le interrumpo, muerdo el interior de mi mejilla al escuchar el peligroso chasqueo de dientes—. No sé mamá, ahí te mande las fotos y un video. Se siente como una pesadilla en vida, ¿me explico? Como cuando sueñas en tercera persona, sabes que es un sueño pero se siente muy real—boto el aire por la nariz, negando despacio—. Escuchar todas esas vainas horribles me rompió el corazón, ¿ustedes están bien?
—Preocupados porque no vayas a salir con una sorpresita—su voz desciende unas cuantas octavas, cosa que tomo como una advertencia, no un simple comentario.
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The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍAS
Teen Fiction《COMPLETA》 Sol solo tiene en mente conseguir cupo en la universidad de sus sueños, Eros, de obtener su puesto como CEO en la compañía armamentista de su familia. Y a Sol. Ambos de personalidades fuertes, se ven envueltos en una relación de altos y b...