Nueva York es sinónimo de ruido, contaminación lumínica y rutinas apresuradas. Un pie fuera de casa, y te topas de frente con gritos enfadosos, personas corriendo de un lado a otro, y otras tantas vociferando una horda de malas palabras si tu intención es tomar un taxi fuera del aplicativo y hay personas pretendiendo lo mismo que tú. Es difícil que los aislantes de sonido funciones, de una manera u otra el bullicio te encontrará.Pero no aquí, en Great Lawn.
En el corazón de Central Park, rodeado de árboles de abundantes ramas y del tamaño de un gigante, conseguimos un espacio plano, muy verde y tan amplio que me chocó no haberlo visto antes. Aquí el escándalo se olvida y en el cielo se levanta un manto de estrellas. Grupos de amigos y parejas cariñosas, conversan de espalda al césped, admirando la belleza del pedazo de firmamento estrellado único en la ciudad.
Como hace Eros, como hago yo.
El frío de la noche es fiero y cruel, podría compararlo con la sensación de estar sumergido en una piscina poblada de hielo, como esa vez que la vecina en un desesperado intento por bajarme la fiebre de cuarenta grados, me metió dentro de un balde con agua helada mientras mamá iba por mí. Estoy aquí, castañeando los dientes, escondida dentro de tres capas de ropa, bufanda, gorro y guantes, una exageración parangonado al único abrigo de Eros, quién se ha quitado la gabardina para cubrirme las piernas y poder echarme a contemplar el cielo sin que los temblores me afecten la vista.
—Nunca había estado aquí de noche, no sabía que se podían ver tantas estrellas en esta ciudad—menciono, ladeando el rostro para ojear la línea ahora a oscuras de arbustos—. Es precioso, da miedo y escuché que de noche es peligroso, pero sigue siendo hermoso.
Siento su mirada caer en mí, devuelvo la vista al costado, encontrándome con sus ojos cargando el destello del cielo en sus pupilas dilatadas.
—Lulú me lo recomendó.
¿Le preguntó a Lulú por un sitio dónde tener una cita? Me resulta extrañamente... tierno. El latigazo de vergüenza en mi pecho asciende a mi semblante, si podía sentirlo así de recio, más que seguro que él puede verlo.
—¿Si?—sondeo, regresando la atención a las alturas—. Le fascinan las estrellas, es extraño que no nos haya traído hasta acá.
—Tú lo has dicho, es peligroso—repone, le percibo removerse, por el rabillo del ojo reviso que se ha volteado sobre su estómago—. Las noches en Wallberg, una montaña en los Alpes, tienen tanta iluminación del cielo, que incluso en invierno con toda esa neblina espesa se pueden ver el destello.
Desciende el rostro hasta rozarme la mejilla con la punta de su nariz, enloqueciendo mis pulsaciones, calentando esa fracción de piel con la tibieza de su respiración liviana. Me pregunto si el frío cesará si me besa y transmite el calor de su cuerpo. Presiona más, erizándome los vellos de la nuca, me cuesta mantenerme quieta y rehuir de la necesidad de voltear la cara y tomar sus labios, pero todavía no me sentía acorde, no tenía la confianza para ir por él, aunque sabía que sería bien recibida.
Conocemos del otro más que la textura de los labios, mucho más que eso físicamente, de seguro, y aún me quedo de piedra siempre que deseo iniciar el contacto en otras circunstancias fuera de lo sexual.
—Debe ser un espectáculo—contesto, un escalofrío me toma el cuello cuando deja un beso cerca de mi nariz antes de apartarse—. Hera me ha dicho que tienen un castillo como el de Disneyland allá, Neu... algo.
—Neuschwanstein, pertenecía al Rey Luis II de Baviera—proclama—. Le apodaron el Rey Loco, le diagnosticaron esquizofrenia paranoide, pero los locales dicen que todo fue una tetra para arrebatarle el trono. Su muerte levantó muchas sospechas.
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The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍAS
Teen Fiction《COMPLETA》 Sol solo tiene en mente conseguir cupo en la universidad de sus sueños, Eros, de obtener su puesto como CEO en la compañía armamentista de su familia. Y a Sol. Ambos de personalidades fuertes, se ven envueltos en una relación de altos y b...