Eros
Contraigo el semblante cuando siento el remesón de unas manos pequeñas de dedos delgados en el hombro. Las reconozco aún sometido por el adormecimiento. Esa costumbre de levantarme en esta fecha no desaparece ni asentados en un país distinto.
Por segundos me desubico en tiempo y espacio, no recordaba haber viajado, ¿qué carajos hago en Alemania?
La risa de Hera me tumba del vuelo imaginativo, ellos arribaron entrada la noche.
Trato de colocarme de costado, un inútil intento por recuperar el sueño con aroma a manzana y sensación de verano se deshace con cada jodida pisada.
Otro remesón que me saca un gruñido, las manos heladas de Hera se adhieren a mi piel como témpanos de hielo, renuente a permitirme continuar mi maldita fantasía. Arrugo el semblante cuando el ruido de las cortinas brinda el paso al resplandor del día que traspasa el cristal al instante y me golpea de lleno en el rostro.
Maldita sea, solo quiero dormir y olvidar una hora más la misma frase que he venido repitiendo como un jodido disco estropeado en mi mente, pero mi conciencia regresa con la rapidez de un disparo y juega en mi contra.
Nada que ofrecerme, no tienes nada que ofrecerme.
La rabia me escuece en las arterias junto al enojo contra mí mismo y un tinte de miedo, un temor inédito, escarbando más allá de mis escuetas ilusiones, la realidad yace el fondo y es que si yo no puedo dejar de escuchar el diálogo en mi mente, ella menos.
No creo en hechizos, ni augurios ni nada que no pueda ver, pero despertar con ganas de fumarme diez cigarros a la vez es el peor de los presagios.
—Feliz cumpleaños, mi hermoso niño—el canturreo y las tibias manos de mamá quitándome el cabello de la cara me impulsa abrir la mirada—. Bienvenido al segundo piso de tu larga y plena vida.
Los hechos del día anterior se filtran en mi psique como el rayo de luz opaco.
—Levántate, pereza—demanda Ulrich, pegando manotones al colchón—. Son las nueve de la mañana y todavía tienes la cabeza moldando la almohada.
Recuerdo el rostro de la madre de Sol pidiéndole a Martín que me comunique que Sol enfermó por caminar en el frío sin guantes y la cabeza descubierta, porque la escuchó moquear mientras tomaba una ducha. No quería recibirme.
Es un puto desperdicio. Los años de ayuda, de charlas y tratamiento, todo lo desechaba por un terraplén cuando me dejaba cegar por el tormento de la situación, por no poder controlar cuando me siento sobre pasado, por carecer de dominio sobre mis reflejos, por no saber cómo amaestrar mi temperamento.
Es una guerra constante conmigo, podía tener cientos de batallas ganadas, pero una sola perdida le roba mérito al resto.
Entonces el cabrón de Helsen tiene razón, y todo esto no es otra cosa más que un castigo, un defecto de nacimiento, el problema es que no hice nada para merecerlo, pero tengo que dar todo para esconderlo y aún así nunca parece ser suficiente.
En todo acto hay una víctima y un victimario, siempre parezco ocupar el segundo rol aunque me sienta como el primero y lo maquiavélico del problema, es que no puedo escudarme detrás de eso. Tengo la culpa, ¿pero por qué es tan complicado? ¿Por qué no puedo apagarlo como un maldito interruptor cuando lo percibo acecharme? ¿Por qué no lo remueven con cirugía? Pude salir de ese cuartel de Bremen, pero el verdadero encierro y desapego, lo llevo adherido al ADN.
Tomo asiento, los párpados me pesan, siento como si hubiese pasado las últimas horas en el gimnasio. Hera se ha montado en la cama, mamá sentada a mi lado me contempla con los ojos marrones llenos de energía.
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The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍAS
Teen Fiction《COMPLETA》 Sol solo tiene en mente conseguir cupo en la universidad de sus sueños, Eros, de obtener su puesto como CEO en la compañía armamentista de su familia. Y a Sol. Ambos de personalidades fuertes, se ven envueltos en una relación de altos y b...