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            La algarabía proveniente del patio de la casa, consecuencia de la victoria del equipo de futbol de Varsity contra Elementary no son, ni de cerca, tan tormentosos como aquellos que me gané hace más de una semana.

Mis oídos adolecen al rememorar la reprimenda que Martín me dio al verme salir del edificio con la expresión teñida de susto, ¿cómo no? Si por la misma llamada trasmitía su enfado. Intenté arreglarme usando las cosas de Hera, pero al parecer, que me cambiase de ropa le quito el seguro a la granada que tenía por dentro. No me ofendió, ni mucho menos me levantó una mano, pero sí que sus acusaciones de que no me importa su salud mental y lo que hace por mi me dolieron más que un jalón de cabello. Del poco que me queda.

Eros intervino una única vez, recordándole que si me volvía a gritar le sacaría los dientes, exacerbando la cólera de mi hermano. Luego de un abrazo forzado y unas disculpas mal dichas, se calmó lo suficiente para montarse en el auto y marchar a casa. Me felicité a mi misma por caminar y subir las escaleras sin mostrar ni un síntoma del dolor de huesos. Se notó que tenía semanas sin brindarle alegría al cuerpo.

Por la mañana fue mucho, mucho peor.

Que este aquí es obra del mismísimo Jesucristo. Y de Hunter, que le ha prometido llevarme él mismo a casa.

Apenas salí del bufete, Eros pasó a recogerme, cenamos en un bonito restaurante matando el tiempo en tanto Lulú acababa la jornada laboral. Pasamos por ella, subió a la camioneta cargando un ramo de lavanda. Casi lloré de la alegría cuando me pasó las cuatro rosas rojas que Randall me envió. Me contó que le ha pedido ir a una convención.

Al llegar aquí y conseguirnos una parte del equipo contrincante, con Cruz en especial, me tomo desprevenida. Conté seis, a lo mucho, pocos comparados a la gente de Varsity, sin embargo, mi instinto me pedía a gritos salir de aquí e irme a un sitio lejos de ellos. Me relajé un poco al enterarme que los hombres de seguridad bordearon la zona.

Hunter, siendo el chico amante del protagonismo, disfruta ser el centro de atención. Me costó un mundo acercarme a felicitarlo. Le dejé celebrando con el equipo y ahora estamos aquí, bebiendo cerveza con la ligereza de tener la música y el escándalo de la reunión lejos.

Hera a mi lado cabecea un poco, batallando contra el sueño. Esta mañana llegó a clases ocultando las ojeras tras unos lentes de sol, pero se yergue torciendo el semblante de asco cuando Eros me regala un beso en la mejilla.

Bah, que asco—escupe, tomando el vaso portable rosa decorado con diminutos cristales que ha traído con ella—. Ahórrense esas escenitas por favor.

—Quítate las orejas—replica Eros tajante, sin mover la cabeza de lugar—. Como me provoca hacer a mí siempre que metes a Maxwell a tu recámara.

Hera se ha puesto furiosamente roja. El vaso a medio camino de su boca, mirada perdida y labios entre abiertos me dicen que esa confesión le ha tomado desprevenida. Traga grueso, bajando el vaso al piso despacio, procesando que contestar.

—No sé de que hablas.

Eros alza la cabeza, soltando una risa irónica.

—¿Me vas a negar que Maxwell estuvo en la casa en la madrugada?—cuestiona Eros, retándola.

Hera frunce la nariz como si algo le oliese mal. La mueve de un lado a otro, desviando la vista al costado opuesto de su hermano.

—Déjame en paz.

Entorno los ojos, escudriñándole el cariz descompuesto en una mueca agraviada. Se fija en mi expresión resentida, profiere un ruidito molesto dejando caer la cabeza en el asiento contiguo.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora