"37"

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No tenía idea del temblor de mis manos hasta que su voz me hace detener el movimiento sobre la suya.

No hablo, sello los labios, mi pulso apenas perceptible y la sangre helada aglomerada en los pies. Así es exactamente como me siento, drenada de toda emoción y sentir, la explosión de sentimientos de hace un rato me ha dejado seca como una pasa, en blanco como una hoja nueva de papel.

Me cuesta asimilar lo que acaba de pasar. La aversión de un beso forzado frente a mis amigos y familia de ellos fue una inmundicia, una bajeza. El ardor del llanto se acumula en mi garganta al recordar el bochorno, ni siquiera sé como los veré a la cara cuando baje.

Trago saliva aminorando las ganas de desbordar en lágrimas, esperando el ultimátum en silencio.

Te mentí—repite, como si le robaran las palabras de la boca—. En un principio quise de ti lo mismo que del resto, sabía que Hera se pondría histérica si dudaba de mis intenciones. Necesitaba tenerte lejos de ella, solo tú y yo, esa es la razón del cambio de lugar de tus horas comunitarias, pero resulta que esas horas en la compañía son en las que me ignoras con mayor ahínco—cada función de mi cuerpo permanece en reposo, soportando el primer quiebre—. Te mentí. Esa semana después de pasar por tu cama no te hablé para darte tiempo, lo hice porque me sentí demasiado abrumado por ti, y no tenía que ser así—estira el brazo y de la mesa de noche extrae lo que a mí respecta, el único objeto dentro de ella. Una polaroid mía, usando un sombrero rosa—, esperé por ese momento por setenta y seis noches, jamás le había puesto cara a mi libertad, pero cuándo miré la tuya, eso significaste para mí. Y te tuve; pero ese deseo jamás desapareció. Pensaba que ignorándote menguaría, pero tampoco tuve suerte, me arrebataste esa posibilidad, te veía a diario, tu aroma se me incrustaba y los recuerdes de tu piel volvían. Tú parecías tan tranquila con eso, riendo sin dirigirme ni una mirada, como si ni siquiera lo recordaras. No me gusto sentirme nada para ti.

》Entonces escuché que saldrías con Ricardo, lo que sentí, esas ganas de encerrarte en mi habitación y tenerte para mi, de dejarle en claro que no irías con él porque ya me tenías a mí, me aterraron. Y después de perder dos años de mi vida en prisión, pocas cosas lo hacen. No supe que hacía hasta que entre a tu recámara y te vi con ese vestido para lucírselo a él..

Agito la cabeza, interrumpiendo su retahíla.

—Me lo puse para mí, Ricardo era un extra, no te confundas.

Parpadea, asintiendo una vez.

—Esa noche pensé en lo que yo quería, no en ti. Mi plan era tenerte para mi hasta cansarme pero—niega, exhalando una bocanada de aire—, no contaba con tu maldita manía de ofrecerme café después de follarme como si fuese el último día de mi vida; de querer conocerme cada ínfimo detalle sobre mi vida, de indagar en mi pasado sin prejucios, sin interés de cuánto dinero tengo en la cuenta—percibo otro quiebre, más agudo que el anterior. Uno las manos en mi pecho, donde una oleada de fuego tiene origen—. Dos semanas fueron suficientes para adaptarme a ti y una tarde después de besarte, me encontré hablándote sobre Múnich el verde de sus praderas, en lo mucho que me gusta mi casa rodeada de ellas y mis planes en conseguirme una cabaña en los Alpes. En unos meses en los que asumí, te tendría en mis manos, ocurrió lo contrario.

Le sostengo la mirada, contando los segundos en mi mente, con el corazón en vilo.

—¿Terminaste?

La apatía en mi voz le saca el color del semblante.

—Sí.

Lanzo la bola de algodón sucia al piso, tomando una bocanada de aire.

En que coyuntura me has abandona, Eros, que eso que considero enfermizo, también me pone a latir el corazón cuál alas de colibrí.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora