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      —Hera me va a sacrificar, mi vestido...—el lamento sale enlazado a un lloriqueo—. ¿Se ve mucho?

Eros sacude la cabeza, negando. Observo horrorizada como pasa la servilleta encima de la tela de seda y no ocurre nada, la mancha persiste invicta ensuciando la prenda. Meto el envase de helado apuñalado con papas fritas en el reposa vasos, con la frustración hasta los tuétanos.

—No se ve nada, quédate tranquila.

Sus intento por resarcir mi descuido y hacerme sentir mejor, más que ayudarme, causa el efecto contrario. Claro que se ve, se nota a leguas y él lo sabe.

—Joder, sabía que no fue buena idea comprar todo esto—musito, señalando las cajas de hamburguesas vacías dentro de la bolsa en el piso—. Para la cena vamos a estar repletos y seguro tu abuela preparó un gran festín.

Un rato atrás partimos de la residencia con dirección al teatro, luego de una larga sesión de maquillaje y peinado. En el camino le pedí desviarnos a un McDonald's, no quería que se escucharan los rugidos de mi estómago encima de la música. 

—Nadie te va soportar con hambre dos horas, esta fue la decisión más acertada—dice, llevándose una papa llena de helado de vainilla a la boca.

—Puedo decir lo mismo de ti—replico con falso desdén—. Mejor dime si mis ojos se ven los rojos.

Hera por poco se infarta cuando regresamos al mediodía de nuestra idílica escapada y miró nuestros ojos rojos, como si sufriésemos una infección, según sus palabras. Pronto nos consiguió unas gotas que Hunter recomendó y el inconveniente se resolvió.

Oigo el chasquido de la lengua de Eros, con la vista perdida en las luces del local.

—Te ves preciosa, de eso no tienes que preocuparte—suelta una risa enfadosa—. Yo sí.

Se ha enfurruñado en el asiento como un niño buscando atención. Y yo, débil por el mohín que forma su boca, me lanzo a besarle en la mejilla, manchándole un poco de labial borgoña. No se lo limpio, dejo el rastro de mi boca en su piel solo porque deseo que todos lo noten.

Vuelvo al asiento y me propongo a revisar los mensajes de mamá, Martín y Meredith, esta última me recuerda el examen final de francés, la noche casi se me arruina al recordarlo. Les contesto con el mejor de los ánimos y devuelvo el celular a la diminuta cartera, solo tiene espacio para el aparato, la tarjeta que Eros me ha dado en caso de emergencia y la dirección de la casa junto la frase 'Eros Tiedemann es mi novio' anotada en un papel con su número y el Sonia, la amable asistente de Ulrich.

—¿Qué pasa?—inquiere, al sentir el cambio en el ambiente.

Suspiro.

Un lunático encapuchado nos ha respirado en la nuca por meses, enviando notas amenazantes y ahora está libre, en esta misma ciudad. Vivo con la incertidumbre de si lograré cumplir mi meta más grande, si mis esfuerzos serán suficientes, o tendré que aceptar que mi destino es otro, en el que me niego a agotarme pensando.

Estoy locamente enamorada de ti, tengo pánico del futuro, de un corazón roto porque siendo ignorante sobre cuestiones de amor, creí que el amor era cosa de sanar con ver películas y comer helado. Y sí, puede que ayude, pero acabaría con diabetes y ciega si tomo ese camino en caso de que me falles, o yo a ti.

He perdido la mitad de mi cabello, peso y ganado resequedad de la piel, gramos y ojeras para dos vidas más, pero sigo repitiéndome que valdrá la pena, para no llorarle a mi reflejo por las mañanas.

Pero los tengo a todos de consuelo y el sinnúmero de dudas existenciales y emocionales. No estoy sola contra la marea, no navego sin brújula. Puedo con ello y un sinfín de cosas más, porque comparto similitud con el astro que comparte su nombre conmigo, podía apagarme por un intervalo de tiempo, pero en la mañana, volveré a imponerme con la misma fuerza que antes.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora