"23"

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Eros


            En el momento que me retiro del elevador, dos asuntos capturan mi atención.

El montonal de servilletas usadas sobre el escritorio de Catherine y a ella misma, llorando a moco suelto encima del desastre.

Ella nota mi presencia, barre con la basura al tacho a su costado, pretendiendo pasar desapercibida. No me muevo un paso más, le daré la oportunidad de secarse las lágrimas y actuar como si nada ha pasado, no por que piense que lo merezca, sencillamente no tengo el ánimo de lidiar con sus asuntos que bien tendría que resolver fuera del horario de trabajo.

—¿Helsen se encuentra su oficina?—inquiero frente a la penosa escena de sus ojos de brotados de venas.

Sorbe por la nariz, el sonido de su constipación calándome la creciente tirantes.

—Sí, señor—contesta con la voz gangosa.

—¿Y por qué no atiende la maldito celular?—empieza a irritarme la vista de su nariz roja—. Lo necesitan con carácter de urgencia en almacén.

—Le he dicho que está en una reunión.

—No me has dicho con quién.

El vistazo enardecido que arroja a la puerta de la oficina me ha dado la respuesta. Con ningún socio, directivo o posible inversionista se encuentra encerrado, manejo la misma agenda, tiene la tarde libre. Dos pasos tomo, Catherine se pone de pie de un brinco, otros tres más y la mujer se las arregla para obstaculizar la entrada. Agudizo la mirada en sus orbes oscuros, manchados de nerviosismo.

—Señor, ha pedido que no le interrumpan.

No gasto energía en quitarla del camino, un empujón sobre su cabeza y el material cede sin esfuerzo.

La vomitiva vista del rostro distorsionada de placer del imbécil me termina de cagar el día. Tan hundido en el asunto se encuentra que no escucha la puerta, es lo que quiero creer. Arrodillada frente a él, atragantada hasta los malos pensamientos, reconozco el culo desnudo de Hebe Pauls, lo recuerdo con exagerada exactitud de esa vez que se propuso partirme la verga en dos a costa de rebotes encima de mi regazo.

Ella continúa maniobrando en la polla de Helsen sin percatarse de la irrupción, ansiosa por rasparse las entrañas, al parecer.

Tomo una larga calada de aire acercándome a la escena, dejo la puerta abierta de par en par, no pretendo seguir contemplando el espectáculo más de diez segundos. Él oye mis pasos, por fin, abre los ojos sin menguar el agarre en el cabello de la mujer.

—¿Para qué te preocupas en venir a trabajar si haces de todo menos eso?—cuestiono entre dientes.

Hebe se sacude del susto, sacándose la polla envuelta en saliva.

—Hola—balbucea con timidez risible, limpiándose la boca lustrosa con el dorso de la mano.

Cabello desprolijo por los agarrones de Helsen, mejillas rojas, mirada tan húmeda como el camino bajo su barbilla. Me pregunto cómo lucirá Sol en la misma posición, conmigo hundido en su boca, mi mano sosteniendo su bonito cabello revuelto, empapándome las bolas de saliva mientras se golpea el fondo de la garganta con la punta de... la imagen que se me ha creado detona dentro de mis pantalones, la presión que sentía en los hombros baja como un flechazo directo a la polla que se remueve con el mínimo pensamiento de la muchacha de mirada almendrada y labios gruesos.

—Hola, querida—profiero, apartando la mirada de ella.

—No te detengas—exige Helsen—, él ya se va.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora