"53"

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         La piedra que levanta esta parte siniestra de la residencia se percibe rugosa y gélida en la punta de mis dedos. Exhalo profundo en la desdicha de no encontrar el tétrico ambiente revestido en una calígine ni el olor a encerrona y agua estancada que imaginé.

Parece que pasaron días desde la cena de cumpleaños de Hera, solo han transcurrido un par de míseras horas.

Apenas nos lanzamos la ropa de dormir encima, le pedí a Eros que me trajera a conocer esta parte oscura y tenebrosa de la residencia, esperé conseguirme con algo tremendamente peor, como telarañas en el techo, grilletes encadenados al suelo y cuanto insecto existiesen, para mi mayor decepción, no fue así.

Las mazmorras no son más que cubículos cuatro por cuatro tras rejas que amparan una cama construida de la misma piedra de las paredes. Mirándolo desde otra perspectiva, es el lugar idóneo para una pijamada.

Continúo el camino por el pasillo angosto de pobre iluminación, estrechando la cobija de lana gruesa que Eros me ha tirado encima antes de salir de la habitación. Le agradezco en silencio, puesto que este sitio carece de calefacción.

Ingreso a una de las recámaras, lanzo un vistazo a la cama, sin colchón ni nada, obviamente, la roca tan aseada como lo está el suelo. Maldigo en voz baja pegando una patada. ¡Se supone que tiene que dar asco como en las películas! Y lo que quiero es bajar un colchón y dormir aquí esperando la aparición de un espectro.

—¿A quiénes encerraban aquí?

Doy media vuelta, Eros reclinado en la reja contrae los hombros.

—No lo sé.

Me le quedo viendo a la expectativa de atisbar una fractura en su viso que me indique que miente. No pasa nada.

—Tú lo sabes pero no me quieres decir—insisto, encaminándome fuera de la cárcel.

—En realidad no lo sé, jamás he preguntado—reitera bastante seguro, mi boca cae abierta.

—¿Vives sobre una mazmorra y no te has preguntado qué pasaba aquí? Qué decepción.

De no creerse. Es como tener un misterio en tus manos y no sentir ni un suspiro de querer resolverlo, ¡inaudito!

—No, ¿quieres que busque una ouija y le pregunte a la vieja Herola?—inquiere con cierta socarronería.

Suelto una risa sarcástica pasando por su costado. En el fondo del pasillo, allí dónde la luz se transforma en espejismo, una mesa rectangular de madera reposa en el centro de dos cuartuchos, y muy por arriba de ella, una ventada de menos de treinta centímetros.

Muevo mis pies hasta allá, tentada por el ambiente macabro que desprende.

Eros enciende la linterna y apunta a la misma, palabras talladas en la superficie se manifiestan ante mis ojos, deslizo un dedo sobre ellas, sintiendo el suave relieve, a la vez que procuro darles sentido.

—Esto no es alemán.

Su presencia se apega a la mía, mi cuerpo reacciona de inmediato al suyo, percibiendo cada músculo de su pecho desnudo.

—Es latín.

Abro los ojos en desmesura. ¿Será un conjuro o simples frases? Un repelús me traspasa el tórax, erizándome los vellos del brazo.

—¿Hay algo más terrorífico que esto?

La idea de montar una cacería de fantasmas se vuelve cada vez más interesante.

—El mausoleo en medio del bosque—repone con un sosiego que me vuela la tapa del cerebro.

—¡¿Tienen un mausoleo?!—exclamo, girando sobre mis talones. Afirma con la cabeza, mi pecho se inunda de enérgica—. ¿Podemos ir a verlo ahora?

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora