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     —Que cansancio, Dios mío—dice Isis quejumbrosa, tomando asiento en uno de los sofás individuales—. Sol, siéntate, que cocinen ellos.

Con un pie en la cocina y de espalda a ella, tuerzo el cuello lo necesario para verle el perfil, detenida por la demanda en su tono y la malgama en crescendo de pavor e inquietud. Si había creído que las presentaciones eran la piedra más grande en el camino, pues estaba errada, lo es sentarme a conversar con mamá, papá y Eros en la misma habitación.

Por el rabillo del ojo diviso a Eros, Lulú y Hera adueñarse del sofá más grande delante de Isis, y a Giovanni posar el culo en el suelo junto a las piernas de ella.

—Le voy a enseñar a papá cómo usar la...

—Sol—pronuncia con esa tonada mortífera que no acepta negativas, erizándome los vellos de la nuca—. Toma asiento.

Lanzo una ojeada a la cocina, papá se esmera en ayudar a Martín a terminar la cena, me observa sereno y se encoge de hombros arrojándome a la jaula de los leones. Devuelvo los pasos, aunque la idea de ubicarme entre Hera y Lulú me regala paz, me posiciono en el pequeño espacio entre Hera y su hermano.

Acostumbro a tener la mano de Eros cubriendo mi rodilla, transfiriéndome calor y confort, esta vez conoce su postura lo suficientemente bien para limitarse a pasarme el brazo detrás de los hombros, en su rostro la misma fachada impávida desde que partimos del aeropuerto, dónde un momento de tensión me llevó a un mini ataque de ansiedad cuando al darnos cuenta que por supuesto todos no entrábamos en el auto, a Giovanni se le ocurrió sugerir llevarme en sus piernas.

El semblante de Eros se forjó una mueca irascible que me heló la sangre, sin embargo, Lulú salvó el instante ofreciéndose ir con las maletas, pero fue papá el que dio la idea de irse en taxi con Giovanni, y así ocurrió.

Mamá tomó el puesto de adelante como una reina en su primer recorrido por la corte, yo iba atrás en medio de las chicas. En estos momentos me hace mucha falta Hunter, se siente un vacío entre nosotros imposible de ocupar, podría ser una egoísta en desear que abandone la cena, pero sé que tampoco está del todo cómodo en ella.

Debería ir a salvarlo como él hizo conmigo hace días.

—¿Qué le pareció el vuelo? ¿Todo bien?—pregunta Hera, comunicándose a través del ahora indispensable Trevor.

Mamá sube las manos sobre su cabeza, descargando todo el entusiasmo en un sonido agudo de satisfacción. Verla sentada en el mullido mueble me parece tan irreal, un sueño cumplido. Trato de expulsar de mi cuerpo y mente los sentimientos que me lleven al piso, concentrando mi energía en el regocijo de tenerlos acá, conmigo, más fuerte no podría sentirme si tengo todas mis piezas completas y en su sitio.

De maravilla, corazón, y más el piloto, ¡qué belleza de hombre!

Las chicas ríen al escuchar la traducción. Martín asoma la cabeza, sosteniendo un cuchillo en una mano y una papa a medio pelar en la otra.

Mamá, estás casada—reprocha.

Lulú y Hera voltean a verme, pidiendo la traducción.

—¿Eso me vuelve ciega o cómo?—replica con deje altivo. Apunta a la papa, arqueando una ceja rojiza—. Pica bien esa papa, Martín, que queda bien pequeñita.

Él vuelve a sus labores sin mencionar nada más.

—Vlad es un hombre muy guapo—menciona Hera, mamá le contesta formando un corazón con las manos que les hace carcajearse.

Lulú hunde un dedo en mis costillas, sin intensión de lastimarme.

—Ya sabemos a quién saliste.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora