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He pasado horas, montones de horas en este despacho, aprendiendo, escuchando, leyendo y memorizando todo lo que el hombre, postrado en la silla frente a mí, metido de cabeza en esos papeles que me complican la vida, me ha estado enseñando.

Ni hoy, ni ninguno de estos días pasados que he tenido que venir, ha sido por eso.

La vergüenza se adhiere a mi semblante. Cosa buena que en sus momentos de concentración, se le olvide que hay más personas en la oficina, porque me cuesta mantenerle la mirada. A pesar de que no me ha recriminado más mi falta de suspicacia y rebosada confianza, la tensión plasmada en cada movimiento, me dicen que todo sigue reciente.

Aunque hayan pasado más de dos semanas desde que salí de Alemania. Casi un mes desde el quince de abril.

Aprovecho el mensaje que envía Hunter al chat grupal, mencionando que pasaremos la noche del baile de graduación en casa de su abuela, bebiendo lo que sea y comiendo lo que se atraviese. Ninguno tiene el espíritu festivo. Contesto que esa idea me agrada más, enseguida la palomita se colorea azul. Hera ha abierto los mensajes, pero como se ha vuelto frecuente, no participa.

Todavía no está preparada para volver.

Bloqueo el aparato, echándolo de regreso al bolsillo del abrigo.

—Dame dos semanas y te regreso los papeles con el nuevo apellido—anuncia Andrea, separando la vista de la carpeta negra.

Se ha dedicado a releer el contrato de Tiedemann Armory, buscando una falla, laguna o trampa. No ha conseguido nada, más que soy dueña de un porcentaje del total de las acciones de Eros. Una pequeña parte, ha dicho, pero que convertido a dinero para mi mayor entendimiento, ha arrojado una cantidad que a primera vista no podría descifrar.

—El proceso ha sido rápido—mascullo, volteando a mi derecha, observando a Valentina hacer muecas extrañas mientras lee lo que parece, un guión de teatro.

—Pagando todo es veloz—repone el abogado. Retuerzo los labios, como cada vez que mencionan algo que implique dinero—. Ni te preocupes, Eros asume los honorarios.

Eros, mi... ¿ex novio-esposo? ¿Cómo debería llamarlo? Ni yo entiendo en qué postura nos deja esto. Porque no estoy con él, pero si unida a él.

—Gracias por su ayuda, señor—digo a media voz, levantando la mirada de mis manos.

Andrea apoya la espalda en el asiento, cruzando los dedos encima de su barriga prominente, reparando en mi cara. De repente, los libros detrás de él se han vuelto interesantísimos.

—¿Qué decisión tomaste?—cuestiona voz grave.

Hace una semana que los resultados de la prueba fueron dados. Fui aceptada en tres universidades, una de ellas la NYU, claro, al leer la palabra 'admitida' lloré al instante de la alegría. Pero unos segundos después, con las cuencas inundadas de lágrimas como ya se ha hecho costumbre, al leer más abajo, casi al final y en letras diminutas, informaban que la beca había sido denegada en su totalidad. Para las tres instituciones.

Toda felicidad se desvaneció como la luz al presionar el interruptor, dejándome a oscuras, perdida. La cólera se fue contra mí como una bestia gigante que no supe dominar, me abatió y me hizo soltar lágrimas el doble de gruesas, porque eso me confirmaba que él tenía razón.

No podía culparlo, puesto que la decisión fue tomada antes del matrimonio.

Cómo me lo dijo.

Es decir, que tenía el doble de razón

Martín está al corriente, claro, tenía toda la fe puesta en mí, me esperaba un regaño monumental y que fuese corriendo a decírselo a mamá. No fue así, me dio una semana para que piense que hacer.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora