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         —Una, dos, tres...—Paula cuenta una a una las botellas que Maxwell despachó hace un momento. Niega en desacuerdo, tanteándose los labios con un dedo—. Moët, moët, y aburrido moët, ¿dónde está el tequila?

Esta mujer tiene un agujero negro donde debería ir el estómago. Desde hace dos horas no ha parado de beber y comer lo que el mesero deja sobre la mesa. Que es para eso, claro, pero Paula se adueña de todo en un santiamén.

Seguro es la envidia hablando por mí, desde la mañana que presenté la prueba no he podido tragar más que té y unos sorbos de sopa de pollo. Los nervios me han cerrado el estómago.

—¿Tú pagaste por algo?—cuestiona Lourdes.

Paula se encoje de hombros, recibiendo la copa que Hera le ofrece.

—Ni lo haré.

Hera ríe, siguiendo conmigo. Rechazo la bebida de inmediato, no beberé ni una gota de alcohol. Tengo los penetrantes ojos de Eros siguiendo cada uno de mis movimientos como halcón, como me vea aceptando un sorbo, me arruina los planes que tengo en mente.

Reprimo una sonrisa y paseo los dedos encima de los muslos cubiertos por las medias de malla que me envió con una de las notas. Estas son dobles a diferencia de las primeras. No las tendría que romper.

La emoción me constriñe el vientre de anticipación. Necesito tocar a voluntad la textura de su piel cálida, volver a sentir la satisfacción de levantarme en las mañanas con las caderas dolidas y los recuerdos bailando en mi cabeza de lo que hice la noche anterior.

—Semanas esperando por esto, ¿y lo rechazas?—increpa Irina, recibiendo la copa por mí.

No le contesto, meto un dedo en un agujero de las medias, ansiosa por salir de aquí. Ya brindamos, hablamos, reímos. Cumplí con los estándares sociales, ahora necesito los privados.

La vibración del celular dentro de mi chaqueta esfuma los recuerdos que le aumentarían el calor corporal a cualquiera. Es Martín, exigiendo que regrese a casa a la hora acordada. Contesto con un ok y devuelvo el aparato al bolsillo.

Paseo la vista por el lugar. Maxwell ha reservado el mismo espacio VIP del evento de Halloween. Sobrio, oscuro y con aislante de sonido para que las conversaciones fluyan sin necesidad de gritarnos a la cara. Si no fuese por él, estaríamos en casa de Joaquín bebiendo cerveza de tres dólares la docena. En ningún otro sitio nos aceptarían, apenas se enteran de nuestra edad, nos cierran las puertas en la cara.

Detengo la vista en el grupo de chicos a metros de nosotras, conversan entre ellos como si fuesen los mejores amigos del mundo. Incluso Eros, que le he visto reírse de algo que Cosbey ha dicho.

Me permito el gusto de examinarlo de pies a cabeza, solo viste una camisa que deja su pecho al descubierto y un pantalón negro, ni siquiera con prendas casuales pierde el garbo innato que lo describe, lo lleva en sus maneras e impreso en el ADN.

¿Cómo carajos que no tirita del frío? Comprendo que aquí dentro la temperatura es regulada, ¿pero y afuera? Lo que quiere es lucirse y no me atreveré a mentir, me encanta que lo haga.

—¿Vas a querer?

Vuelvo la vista al frente.

Hera tiene los ojos clavados en Mandy, ella asiente, como las veces anteriores. Recuerdo que hace días Hera la detuvo en medio del pasillo y le invitó a venir. La sorpresa de Mandy fue tanta que preguntó si era una especie de broma pesada. A pesar de que ella también presentó la prueba esta mañana, no se esperó que la incluyéramos en la celebración.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora