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     ¿Se puede escuchar el silencio? ¿La incomodidad tiene sonido? He descubierto que sí.

Termino de reponder los mensajes a mamá y a Martín, pintando todo cuál cuadro boceto hermoso. Ni por error mencionaría el desastroso asunto de Jamie, apenas y nos recuperamos de una madrugada en vela, dónde Hera solo pronunció una oración y fue 'quiero helado de vainilla' y nada más.

Ni Franziska, ni su madre, que arribó a la casa de la matriarca una hora después de nuestra imprevista visita, pudieron hacer que se desahogara. Después de acabarse el litro de helado derretido, quiso quedarse a solas a dormir. Ha tomado el silencio como escudo, no hay nadie quién haya logrado quitárselo.

Hunter ha ido a la casa a buscar las maletas con nuetras cosas, Lulú no sale de la cocina, ayudando a preparar el desayuno, mientras me quedo aquí aplastada en medio de Franziska y Agnes, pasando la última media hora sin saber que decir.

—La abuela y yo nos iremos a vivir a Londres—habla Hera de repente, manteniendo la vista sobre la mesa.

La información no me toma de sorpresa nada más a mí, su madre y abuela lucen igual de desconcertadas que yo.

—¿Yo qué?—cuestiona Franziska, dejando de lado la revista que ojeaba.

Hera se aclara la garganta y finalmente, le devuelve la mirada a alguien. Sus ojos azules enmarcados por ojeras profundas, peinada con una coleta enredada y la piel pálida que exhibe una inusual resequedad, similar a la de sus labios. Pasó mucho rato llorando, la pude escuchar desde la habitación contigua. Como también pude escuchar cuando Agnes entró y luego de unas palabras, pudo hacer que el sueño se la llevase.

Creo que ha sido la noche más pesada de mi vida. Saber que mi amiga se encuentra sumida en un desastre emocional y no poder hacer nada para mejorar su estado más que acariciarle la espalda y repetir como disco rayado que todo estará bien.

—Quiero estudiar Diseño en Londres, no Nueva York—comunica, con la voz carrasposa—. Y tú vienes conmigo, porque te necesito ahí.

Era de esperarse que quisiera tomar distancia de Eros y su padre, pero no imaginé que tanta. Es una sensación agridulce. Por un lado me emociona la idea de saber que aprenderá sobre lo que más le apasiona, por otro, tenerla lejos luego de casi tres años compartiendo a diario, me resulta desalentador.

Franziska se acerca a ella, su vestido verde flotando alrededor de sus piernas largas.

—Ay mi cielo, yo voy a dónde me pidas—dice, aplastándole un beso en la mejilla—. Será como empezar de nuevo, como en Nueva York. Siempre estoy lista para una nueva aventura.

—Iré con ustedes—interviene Agnes—. Me tomaría algo de tiempo, arreglar la agenda, citas, pero será el tiempo justo para dar a luz aquí.

Hera arruga el ceño, no muy convencida de la idea de su madre.

—No tienes que sentirte obligada a separarte de Ulrich por esto, no es cuestión de bandos—dice, mirando a su madre un segundo antes de pasar sus ojos a los míos—. Lo mismo contigo, Sol. Mi problema recae en ellos, no en ustedes.

Escuchar eso es un respiro, aunque eso no modifica mi enojo contra Eros, ni un poco. Le respondo con un asentimiento sin querer interrumpir la charla con Agnes, quién le observa con un atisbo de dolor adosado en los ojos castaños.

—¿No te das cuenta qué tus soluciones son separarte de mí? Hera, mi lugar es contigo, no con tu padre—menciona Agnes en un murmuro quebradizo, sosteniendo una mano contra su pecho.

Me siento en medio de una conversación importante, ¿debería irme con Lulú? No, ya me corrió de la cocina.

—Lo digo por sus planes de casarse—masculla Hera con la cabeza gacha, restregándose los brazos por un poco de calor.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora