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—¿Vendrás a la fiesta de Ben?—consulta Shirley, terminando de repasar la vitrina con el paño húmedo de desinfectante—. Yo sé que sí y que también llevarás a tu galán, ¿verdad?

Le miro con suspicacia, ella finge desinterés examinando el vidrio por doceava vez. Shirley es una maniática de la limpieza, si no está barriendo tiene que desempolvar algo, si todo está pulcro, la considero capaz de ensuciarlo ella misma para comenzar desde cero.

De todos los hábitos que me puede contagiar, de verdad quiero que me transmita ese.

—¿Por qué siento que lo quieres más a él allá que a mí?

Le había extendido la invitación noches atrás, para mi gran sorpresa y emoción, aceptó sin rechistar. Al parecer, la idea de conocer al querido Ben le parecía toda aventura.

—¿Estás celosa?—se mofa, enarcando una ceja.

—Claro—bufo, rebotando el bolígrafo contra la palma de mi mano—. Me tienes que querer a mí, no a él—antes de que conteste, levanto el plumón y añado—. ¿Puedo llevar a mis amigos? Son tres.

Ella levanta las manos, balanceando el paño como si se tratase de una bandera.

—Por supuesto—casi grita, jubilosa—. Más gente es igual a más regalos, trae tu pandilla completa.

—La idea de las fiestas es compartir—interviene Randy, Shirley le escanea de arriba abajo con aspereza.

—Se nota que no tienes hijos.

La melodía inicial de Radioactive de Imagine Dragons surge de los parlantes, avivando los ánimos caídos; Nelson, metido en el almacén, profiere un sonido de aprobación, Randall lo traduce a un pedido de subir el volumen.

Dan las nueve y quince, la pantalla de mi celular se enciende mostrándome el esperado mensaje de Eros, avisándome que se encuentra cerca. En coordinación con Shirley cambiando el letrero a cerrado, presiono el botón que expulsa la facturación de la tarde, saco las del pisa papeles para sacar las cuentas tarareando la canción de fondo, con el pecho contraído de la ansiedad de saber que en pocos minutos estaré cenando en algún restaurante con Eros.

Probablemente soy la chica más ridícula del planeta, emocionada hasta la histeria porque va a reencontrarse con el mismo chico luego de haber recibido en su interior horas atrás.

Pero es que Eros no es cualquiera, Eros es... bueno, mío.

No sé qué tan correcto sea ese término para referirse a personas, suena equívoco, pero no se percibe así. No lo siento mío por posesión, porque me pertenezca, es mío porque...

No, no hay manera bonita o decente de responder a eso.

Así que puede sonar mezquino y desatinado, pero esa era mi definición hasta conseguir una de respaldo, coherente y asertiva. Sí.

Trece minutos exactos después, salgo del local luego de despedirme de los chicos. Eros me intercepta pronto, se le ha hecho costumbre venir hasta la puerta de la tienda por mí, desde el siniestro encuentro con el encapuchado.

Viene ataviado en un suéter color crema de cuello alto, gabardina marrón oscuro, pantalón negro y cabello y barba recién estilizados, se ve increíble, las manos me pican por acariciarle la cara y probar la textura de su ropa, pero no es él quien me hace detenerme, ni el vaso que tiene en la mano, son las chicas flanqueándole, Hera y Lulú, lo que me saca de contexto, cada una concentrada en un helado. Parece un papá de paseo con sus dos criaturas.

Al llegar a mí, él me ofrece el batido.

—¿Qué es esto? ¿Una cita de a cuatro?—proclamo en broma, recibiendo el detalle.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora