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When he smiled the girls went wild with oohs and aahs—canturreo, balanceando nuestras manos unidas de atrás adelante—.  ¿Viste cómo lucían esos vestidos las Musas? Se veían magnificas. Si no tuviésemos el viaje esta noche, vendría de nuevo mañana.

Nunca había visitado Broadway. El teatro jamás me llamó la atención y para ser sincera, se me hizo extraño cuando dos noches atrás Eros me invitó a una cita para el musical de Hércules. La noche anterior a esa me tocó escoger una película. Pasé minutos divagando entre la lluvia de opciones, no quise perder más tiempo y me desencanté por Hércules, ya que Eros se negaba a ver otra vez Loco y Estúpido Amor.

La experiencia fue cosa de otro mundo. La sinfonía, los maravillosos vestuarios, escenografía y coreografía me dejaron boquiabierta y cantando con el resto del público, niños en su mayoría. Eros solo reía y me apretaba el muslo, más inmerso en mí que en la obra.

Esperamos a que cambie la luz del semáforo. La brisa fresca me atesta en las piernas descubiertas, subo el cierre del abrigo en tanto la ventolera me revuelve el cabello y levanta la falda. No me preocupo en sostenerla, Eros ya lo hace por mí.

—Le dan demasiada atención a Hércules cuando Eros es significativamente más interesante—menciona con desdén, caminando por el rayado con la mano presionada en mi trasero.

Fue mala usar la prenda con este clima, sin embargo, previendo que se me suba y no logre bajarla a tiempo, me puse mi mejor ropa interior.

Si daría un espectáculo, me aseguraría de que sea uno memorable.

—Ni siquiera te gusta tu nombre—empuño el borde de la prenda, permitiéndole andar derecho—, ¿qué personaje te gustó más? ¿Huh?

Caminamos deprisa, porque en Nueva York no hay otra manera de caminar que esta, a menos que desees recibir un masaje de espalda por una turba de ciudadanos enfurecidos. Delante de nosotros, Rox camina vigilante, la mano siempre en la cadera, y detrás, Francis nos sigue los pasos. Mañana entramos en los días de vacaciones, esta mañana culminé las horas en la compañía, luego de celebrar con Cecil y Andrea en el almuerzo al que la grandilocuente de Valentina se nos unió, Eros me trajo a Broadway y, esta noche por fin partiremos a Múnich.

Saber que mañana a esta misma hora aspiraré aire extranjero, desconocido, me emociona tanto que no he podido pegar ojo en la noche. Martín se ha mantenido al margen, me ha pedido lo mismo que Isis, el que le escriba cada cierto tiempo para saber que estoy bien y para mi impresión, me ha regalado quinientos dólares. Regalo de cumpleaños adelantado, por poco me pongo a llorar, hace mucho que los debe estar ahorrando.

—Phil, parece hermano de Andrea, ¿no te parece?—contesta burlón, le doy un codazo mordiéndome la lengua. No quiero reír, pero también lo pensé—. ¿Y el tuyo? No me digas que el palurdo de Hércules. Habla como imbécil y para lo único que sirve es para cantar.

No se supone que nos expongamos con esta caminata, después de lo que pasó en el cumpleaños de Helsen, Eros se ha vuelto más paranoico y mandó a reforzar la seguridad. Pero el clima se siente tan delicioso con sus rayos de sol y viento frío, que le pedí pasear por unas cuadras a disfrutarlo un momento más. Él accedió con la promesa de que serían solo unas pocas.

Seguimos la marea de gente, Eros sosteniendo mi mano con fuerza y yo, buscando el aquel sitio al que Martín me invitó hace semanas, una pequeña cafetería donde servían unos batidos de chocolate exquisitos que no puedo sacarme de la mente.

—Palurdo pero te gana en una pelea con un golpecito del pulgar—digo y casi me río del bufido pretencioso que suelta—. A mí me encanta Hades, tiene esa aura maligna que me incita a...—la palabra se queda en mi boca, Eros levanta las cejas, serio, retándome a completar la frase. Se me escapa una carcajada peculiar, entonces a su costado, atisbo finalmente el cartel rosa—. ¡Mira! ¿Quieres batido de fresa?

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora