"29"

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Sigo el recorrido de las gotas de lluvia resbalando por el vidrio empañado del vaho, provocado por la tibieza de mi aliento. Reviso el esmalte carmesí de mis uñas divinamente arregladas, luego repaso los verbos en francés una y otra vez... nada era suficiente distracción de los gimoteos de Mandy.

No quería sonar como un alma insensible al pedirle que se tape la boca porque comienza a calarme los tímpanos y me provocaría migraña, pero tampoco tengo la capacidad de formular que una oración decente de consuelo o en todo caso, decirle algo que pueda generarle calma tan temprano en la mañana, pero Dios, conozco de primera mano que un 'todo estará bien' puede caer peor que un 'cállate de una buena vez'.

Me embozo en la cobija gruesa, percibiendo el calor acumulado dentro. Los sollozos de Mandy no se detienen ni parece hacerlo pronto, advierto a Eros presionarse la sien, exasperación y tedio cincelada en sus facciones, como cuarenta minutos atrás desde que partimos de casa y tuvo que cargar el bolso de la chica y meterla en la maleta. No se va a contener mucho rato más de soltarle una barrabasada, las entrañas se me retuercen de pensarlo.

La tensión escala su límite a la misma cadencia de los lloriqueos de Mandy, percibo el aire espeso y nocivo, imposible de aspirar y el pecho ardiendo, prensado de moderar la respiración. Las siete y cincuenta y seis minutos marca los dígitos en el monitor, diez más y cumpliríamos la primera hora en carretera, la primera de tres y media.

¿Qué puedo hacer? ¿Contar un chiste? ¿Encender el radio? ¿Ofrecer comida?

Eso, comida. No es la cura, pero ayuda.

Pero Mandy necesita estar en ayunas.

Que mal, por ella.

Anoche durmió en casa, luego de compartir la cena con Martín y reafirmarle la mentira de que le acompañaría a un procedimiento estético, fuimos a dormir y nos engarzamos en una discusión luego de que pidiera que yo durmiera en la colchoneta porque a ella 'no se le da bien compartir cama', casi nos arrancamos el cabello cuando le contesté que ya lo sabía, por algo está embarazada.

Saco el tupper lleno de arepas de la mochila, pidiendo al cielo que no hayan perdido tanta temperatura. Me levanté cuando el cielo continuaba sumido en un manto de sombras para cocinarlas, seis, de pollo con aguacate, mayonesa y queso. Saco una, la envuelvo en una servilleta y volteo hacia el conductor.

Eros quita la vista de la carretera enfocándola en mí un respiro.

—Hice arepita, ¿quieres?—susurro, extendiendo la mano—. Piénsalo bien, esto puede cambiar tu perspectiva sobre la vida.

Apenas me permite terminar la oración, me la quita de la mano y le pega un mordisco tan grande que se lleva media arepa a la boca. Le miro pasmada como mueve la mandíbula contadas veces y vuelve a hincarme los dientes, devorando el resto. Parece que sabía lo que guardaba y esperaba desde que embarcamos el ofrecimiento.

Le doy otra, el mismo procedimiento, tengo miedo de pasarle una tercera y acabe masticándome los dedos.

—¿Qué tal?—inquiero, dándole la última—. ¿Lo mejor qué has probado en tu vida?

Se termina el desayuno en menos de tres minutos, no soy la única impresionada, Mandy lo debe estar también, ha parado de sollozar desde la primera mordida. Creyendo que ha quedado hambriento, le paso una de las mías, pero se niega y extiende una sonrisa apretada que por consecuencia incrementa la celeridad de mis pulsaciones.

Suelto el aire de golpe relajando mis músculos yertos. Desde anoche, anclado y resaltado en mi cabeza tengo el terrorífico encuentro con el encapuchado, Eros se negó a mencionar palabra sobre eso, pude recibir aquella preocupación y desasosiego durante la cena y la vía a mi casa. Me pasé todo el rato pellizcándome la el interior de la mejilla con los dientes, soportando las ansias de vomitarle las interrogantes que reservo, no quise agravar su obvia inquietud, la que irradiaba como sentarse junto a un horno al máximo de temperatura.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora