"59"

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Un sonido agudo es lo primero que percibo.

Un ruido constante, desaparece un segundo, pero no por siempre. En medio del letargo, de permanecer sumida bajo una sábana de penumbras, el molesto pitio regresa y se convierte en incordio.

Contraigo los párpados cuando el primera contacto a contra luz me traspasa la cabeza como una flecha en llamas. Trato de mover la cabeza, huyendo del encandilamiento, pero el dolor en la nuca me obliga a permanecer inmóvil.

Algo anda mal, lo presiento, aunque seguro soy yo el defecto en la situación.

Pronto los aleteos de mi corazón se trasladan a mi cabeza, acentuándose a cada segundo, como la ahora inevitable claridad. Trato de hablar, de pedir que, por lo que más quieran, apaguen la luz, pero una molestia nueva aparece: el ardor en la garganta y los labios rotos de resequedad.

Murmullos incomprensibles llegan a mis oídos como ráfagas de viento, erizándome los vellos y como si mi cuerpo volviese a construirse cual juguete desarmable, los sentidos regresan sin apuro. La textura suave de una cobija gruesa y cálida, el intenso aroma a alcohol infestándome la nariz, saboreo un rastro de medicina, oigo pisadas, pero fallo al intentar abrir los ojos, los párpados no ceden.

—Se está moviendo—oigo en  la lejanía la fina voz de una mujer.

—Voy a buscar al doctor—le contesta un hombre a quién reconozco Hunter, y todos mis sentidos vuelven por completo de un santiamén, y peor, agudizados al extremo.

—Infórmale a Eros, por favor.

Abro los ojos de golpe y el aluvión de recuerdos me arrastra consigo.

Eros besándome, Hera discutiendo con su padre, el champán, el ruido del cristal estrellándose en pedacitos contra el piso, los disparos, la sangre, Franziska...

El pitido incrementa, el aire me falta, me cuesta enfocar la vista en un único sitio, veo a todos lados, arriba, abajo, a los lados, temiendo dar con un arma negra, y cabellos blancos. El miedo me corroe los nervios, el dolor se acentúa como hogueras en mi brazo y hombro cuando intento sentarme. La conmoción me supera y un sollozo me raspa las cuerdas vocales al sentir unos dedos anillarse alrededor de mi muñeca.

—Mi niña, no te muevas, te lastimarás.

Levanto la cara, la mirada lacrimosa y enmarcada por pozos sombríos de Agnes me observan con pesar, abriendo un agujero negro que se devora mis emociones, dejándome vacía, en medio de lo ahora reconozco, la habitación de un hospital.

El sonido proveniente de la máquina a mi lado se me clava en el cerebro como agujas, me siento la garganta rasposa, la boca deshidratada, adolorida como la mierda y con un enorme peso en el pecho.

—¿Todo eso pasó... en serio?—cuestiono con ronquera, anhelando desde lo más profundo de mi corazón una negativa.

Pero el destino es incierto, la vida injusta y lo compruebo en el instante que Agnes afirma con un movimiento débil de la cabeza.

—Sí.

Muevo la mirada a mi hombro, un poco más abajo, oculto tras la bata blanca que me han puesto, vendas cubren la piel malherida y me impresiona encontrar otra enrollada en el antebrazo.

Verlo es otra macabra confirmación.

Trato de pensar a través del griterío en mi cabeza, de las imágenes sin secuencia y la confusión. Dos revólveres, ojos vacíos...

—¿Y los demás?

—Hera, Lulú y Hunter están bien—susurra, comprimiendo los labios temblorosos.

The German Way #1 ✓ YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora