Storm Blue || Riverdale

6

El baile de exalumnos

Jen Jones

Comía con completa tranquilidad, disfrutando la comida que FP había dejado para mí, me encontraba sola. El ambiente era calmado y pacífico hasta que dieron las cinco, hora en que todo comenzó a descontrolarse.

—¿Han visto mi corbata?

—¿Han visto mi camisa?
...

—¡Dios! Apresúrate, FP. Yo también necesito una ducha.

—Estoy afeitandome.

—¡No te ves bien sin barba, vamos, FP, sal de ahí!

...

—¡Jen! ¿Dónde está mi gorro?

—No te atrevas a ponerte ese estúpido gorro.

—Oh, créeme, no puedes evitarlo.

Gritos, pasos y estruendos eran los únicos ruidos que se escuchaban dentro y fuera del remolque. No éramos fans de las fiestas, tal vez por eso el inusual desastre. Además Jughead estaba más nervioso que nunca por la cena con la madre de Betty antes del baile, así que su humor no era el mejor.

—No estés nervioso —tráete de tranquilizarlo mientras acomodaba su corbata y su gorro—. Tienes el terreno ganado, además, te ves guapísimo.

—¡Oh! Ven aquí —me jaló hacia él en un tierno abrazo que no pude responder ya que había atrapado mis brazos bajo los suyos.

—Espacio vital... Sana distancia... ¡Ayuda!  —bromeé haciendo que me soltará algo indignado y aproveché para poder abrazarlo.

—Se ven muy bien —halagó FP saliendo de la habitación—. No cabe duda que se parecen a mí —agregó con su "tremenda humildad".

—Betty me regaló esto, es muy colorido... Algo empalagoso. Pero creo que está bien —dije viendo mi colorida vestimenta: un vestido simple de color azul celeste y algunos detalles en perlas blancas.

—Te ves hermosa, como una princesa —dijo Fp.

—Una muy bizarra —molestó Jughead.

—Idiota —exclamé—. Además creo que parezco más la protagonista de una película que parece normal hasta que muere alguien.

—Ya lo dije... Bizarro —soltó Jughead nuevamente.

—Ya es suficiente, vámonos.

Lo que había dicho FP me había recordado algo, un momento en el que hacía tiempo no había rememorado.

Flashback...
Siete años atrás...

—Ratón, tráeme la llave y el destornillador, este condenado tractor se volvió a descomponer —me llamó papá desde afuera.

—Ya voy papá —busqué las herramientas y salí con ellas—. Aquí tienes. Y te recuerdo que ya tengo diez, no deberías llamarme ratón.

—Ma, ¿y por qué no? —su acento ranchero se acentuaba más cuando reprochaba.

—Porque ya soy una señorita y preciso de un apodo de mi categoría, como por ejemplo, princesa —puse una cara larga y ojos relajados pues esa era mi imitación de la realeza.

Miré a papá, sus labios estaban en una línea, conteniendo una carcajada.

—Mírala, haces la misma cara estirada de tu mamá —tomó las herramientas y con su mano libre pellizco mi mejilla.