"I got a skeleton under the floorboard
I got a secret I need you to keep.
Run away, run away, you have been forewarned.
I don't wanna go off in the deep
If we don't do somethin',
we'll be stuck up in the mud again.
Don't wanna mess it up 'cause I want everything and nothing at all.
I've got a feeling when they walkin' on the ceilin'
That the people needed healin' and they know."
Dirty - Grandson
A Juliet le gustaba imaginar que las ciudades grandes eran entes vivos. Las verdaderamente grandes, como Nueva York, como París, como Pekín. De día no se nota tanto porque normalmente formas parte de ese torrente gris que somos todos, la sangre que las mantiene vivas. Pero de noche, cuando ni siquiera el cielo ha conseguido quitarse ese color anaranjado repleto de mierda y de veneno, incluso entonces el dragón respira. A veces de forma lenta y a veces con la furia de quien no es capaz de dormir por la ansiedad.
Una luz se apaga en Manhattan y otra se enciende en China Town. Ni siquiera entonces la criatura descansa, como uno de los monstruos de Lovecraft.
La primera vez que fue consciente de ello Juliet tenía 17 años y acababa de llegar a Nueva York. Un cliente de su madre, un empresario millonario al que le había decorado una mansión en Los Hamptons, las invitó a una fiesta en su ático. Al mirar al otro lado de las enormes ventanas vio el brillo adormilado de la ciudad y fue consciente de que solo era el parásito de algo que vivía ahí desde siempre. La civilización, el progreso, la polución.
Aquella fue la primera noche en la que tomaba champagne caro. Hizo un esfuerzo para recordarse a sí misma entonces, con los ojos llenos de miedo y el pelo naranja ensortijado. Su madre le había regalado el vestido más bonito que había tenido nunca, le había cepillado el pelo, le había ayudado a maquillarse. Aún no había empezado la guerra.
Solo habían pasado tres años desde entonces. Sonrió al pensarlo.
-¿Me escuchas, Juls?
No, lo cierto era que no le escuchaba. Como aquella vez, en un apartamento no demasiado lejos de allí, el dragón adormecido atraía toda su atención.
-Suenas súper viejo cuando me llamas Juls- respondió ella. Sorbió un poco del vino blanco que le rellenaba la copa. Era muy dulce, casi sabía a caramelos.
Casciari bufó. Hacía rato que no le miraba pero sabía perfectamente que estaba sentado en la cama, mirándola con el ceño fruncido. Se había descalzado, se habían desabrochado los botones de la camisa negra con la que había ido a la cena en aquel restaurante tan caro y tan íntimo. A lo largo de la cena había experimentado muchas emociones que no acompañaban a las palabras que decía. A Casciari le costaba hablar de cosas importantes cuando había gente mirando.
A Juliet no le apetecía mantener la conversación que él estaba buscando. Sí le apetecía torturarle como lo estaba haciendo, aunque no se lo mereciera. Pensó que si no se lo hubiera dicho, si no se hubiera querido despedir, aquello no estaría pasando y no tendría que pasar el mal trago de tener que ser una gilipollas con el tío que había sido bueno con ella.
-Necesito que me escuches- dijo él, con voz ronca.
-Yo necesito echar un polvo.
Él bufó, cabreado. Juliet sonrió para sí misma. A la derecha, junto al armario, había un espejo de cuerpo entero. Su reflejo le devolvió la mirada divertida que no le apetecía contener: estaba guapa. Guapa de verdad. Llevaba un vestido negro y vaporoso que escondía su cuerpo hasta la mitad de los muslos. Estaba descalza porque odiaba llevar tacones, pero pensó que el restaurante al que iban a ir era un lugar demasiado serio como para llevar unas botas militares. Debería haberlo hecho, ahora no le dolerían los pies.
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Salvajes
Teen FictionJuliet está rota porque quien debía quererla no la quiso. Ezra está en guerra con el mundo porque no sabe hacer otra cosa. LeBlanc tiene miedo de admitir que está enamorado. Summer siente tanta culpa que no es capaz de vivir del todo. Grey no tiene...