XXXXIII

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It's no big surprise you turned out this way
When they close their eyes and prayed you would change
And they cut your hair, and sent you away
You stopped by my house the night you escaped
With tears in my eyes, I begged you to stay
You said, hey man, I love you but no fucking way

Twin size mattres - The front bottoms





A LeBlanc no le gustaba vender en bares por varios motivos.

El primero era que no siempre estaba de buenas y no siempre le apetecía dejar todo lo que estaba haciendo por colocar la mercancía. Le daba una rabia terrible estar pasándoselo bien y tener que atender a un gilipollas que querían pastis y encima ponerle buena cara. A veces había gente que se confundía y pensaba que de verdad eran amigos: no lo eran. LeBlanc no se llevaba mal con absolutamente nadie; de hecho era tan diplomático que estaba seguro de que podía contar con los dedos de una mano la gente que tenía en su contra en la ciudad. Pero eso no significaba que todos fueran sus amigos. Sus amigos de verdad también se contaban con los dedos de la mano.

El segundo era que a veces se sentía culpable. Era un hedonista y un tanto egoísta también: lo cierto es que la mayoría de la gente le daba igual. Pero a veces, cuando le iban críos muy hechos polvo o que era de esperar que terminaran hechos polvo se le quedaba un regusto amargo en la boca. No eran diferente de lo que él había sido y no tenía que dar por hecho que eran más tontos de lo que él fue en su día pero a veces es imposible tomar buenas decisiones si nadie te echa un cable. Y Leb no era quien tenía que salvarlos pero a veces, sobre todo los días en los que estaba de bajón, sentía que no estaba en el lado de los buenos.

El tercero era que odiaba ir con un fajo de billetes guardado. Había días en los que vendía todo muy rápido y muy barato; cuando Jessica le preguntaba decía que eso le reportaba más ventas más adelante, que era simple marketing. Era verdad solo en parte: él tenía buena fama, rebajas de vez en cuando y gozaba de la confianza de casi cualquiera que quisiera pillar. Pero no lo hacía por eso, sino por quitárselo todo de encima. Poder pensar que era un chaval normal saliendo con sus colegas y pasándoselo bien.

No siempre podía hacer eso, claro. A veces la noche iba bien y se encontraba a sí mismo pensando en que llevaba un fajo de billetes que ni siquiera había contado porque le daba ansiedad hacerlo. El sistema de Venus estaba blindado y desde que empezó a trabajar con ella no se había sentido inseguro ni una sola vez: siempre sabía dónde estaría la policía o cualquiera que pudiera darle problemas, siempre sabía qué agentes estaban comprados y cuáles no y siempre sabía qué sitios eran seguros. En su casa no guardaba nada: la mercancía la recogía de cualquiera de los hoteles, así como el dinero: normalmente cuando tenía que hacer una entrega habían pagado por adelantado, con pocas excepciones.

En los bares y discotecas la cosa era diferente, el dinero se lo quedaba él. Por eso prefería hacer entregas en las casas o en las fiestas de gente de dinero. Era otro universo.

La chica del otro lado de la barra le miraba, sonreía y hablaba con su amiga sin quitarle la vista de encima. Ella sabía que él la había visto y quería dejar claro que existía un interés. Era muy guapa, con ojos rasgados y oscuros y el pelo negro y liso. Todas las chicas asiáticas le gustaban porque le recordaban a Greta y sabía que eso a lo mejor no estaba bien decirlo en voz alta, pero lo cierto es que para él era un sentimiento bonito: nostálgico, imborrable. LeBlanc pensaba que normalmente siempre te enamoras de gente que se parece entre sí.

Estaba agobiado. Estaba más agobiado de lo que quería pensar porque Jessica había vuelto a llamarle. Le había felicitado por encargarse de las entregas de Leo, a saber qué habría sido de él. Le había recordado una vez más su oferta y a LeBlanc se le había puesto un nudo en la garganta y había, de nuevo, puesto una excusa. Tenía que ir al Baroque. Tenía que ir al Baroque esa misma semana y eso, por algún motivo, le aterraba.

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