Wam! Bam! Mon chat, splatch
Gît sur mon lit a bouffé sa langue en buvant dans mon whisky
Quant à moi, peu dormi, vidé, brimé
J'ai dû dormir dans la gouttière, où j'ai eu un flash (hou-hou-oou-oou!)
En quatre couleursAllez hop! Un matin une louloute est v'nue chez-moi
Poupée de Cellophane, cheveux chinois
Un sparadrap, une gueule de bois
A bu ma bière dans un grand verre en caoutchouc (hou-hou-oou-oou!)
Comme un indien dans son iglooÇa plane pour moi
Ça plane pour moi - Plastic Bertrand
LeBlanc cerró la enorme puerta tras de sí y no miró atrás ni una sola vez. No alteró su paso, tranquilo, que serpenteaba en un jardín sencillo, de setos bien cuidados. Había un par de rosales blancos que llenaban el aire de un aroma dulce y suave. El pelirrojo se colocó bien las gafas de sol y pensó que, seguramente, aquellas personas sí habían tenido dinero siempre.
Los ricos de toda la vida tenían la elegancia del que no tiene que esforzarse en demostrar nada porque saben que lo tienen todo, por eso era muy fácil saber quién venía de dónde y quién había hecho dinero rápido. No le parecía un halago tampoco, ni un mérito: es fácil tener buen gusto cuando uno no tiene que mirar la cuenta nunca.
Cruzó las puertas metálicas que delimitaban el jardín. Eso sí que le parecía una ordinariez, un resto de la antigua idea de que los ricos tenían que proteger su territorio de alguna manera, que tenían que levantar una muralla para marcar la diferencia. Había un hombre en la garita de seguridad que le miró sin demasiado interés.
Había varios coches en el aparcamiento, por supuesto todos de marcas que a él le daban igual porque no se imaginaba teniendo pasta para pagar ninguna de ellas. Últimamente sí pensaba en comprarse un coche, aunque no sabía muy bien si de verdad era útil: lo cierto es que con su moto se movía bien él solo.
LeBlanc sabía que, probablemente, era el camello más responsable de toda la ciudad. El primer pago grande que recibió se lo gastó en un aparato que de otra manera no habría podido pagar. Después fue pagando la hipoteca de la casa, que ya era suya antes de que su abuelo enfermara. Cuando necesitó tratamiento médico las cosas se volvieron a poner un poco feas.
Pensó en Grey y, antes de subirse a la moto, comprobó que no le había escrito, que no había dicho nada. Resopló. No podía ayudarle si no sabía qué le pasaba, pero eso tampoco era una excusa. Quizás la situación en su casa le estaba afectando más de lo que él mismo quería admitir. A Dorian no le gustaba preocupar a nadie. Seguro que pensaba que sus problemas ni siquiera eran importantes.
Leo sí le había escrito varias veces, preguntándole si la entrega había ido bien. LeBlanc le respondió que sí, que no se preocupara. Miró de nuevo a la casa que, de lejos, era un amasijo de formas oscuras y lineales. Tampoco tenía alma. Los ricos no tenían alma. Se acordó de Samara Weaving en esa peli, Noche de Bodas y cómo se encendía un último cigarrillo cubierta en sangre. Esa podía ser una fantasía recurrente. Y un poco erótica quizás.
Sintió el móvil vibrar de nuevo en su bolsillo, pero tampoco lo miró porque sabía que volvería a ser Leo. Era un chaval que había empezado un tiempo atrás y que estaba muy perdido. Ese era el problema: había empezado demasiado tiempo atrás como para estar tan perdido, así que LeBlanc no se fiaba. No sabía si había empezado a meterse la mercancía, si estaba haciendo tratos con alguien más, si de verdad estaba pasando un mal momento. Le llamaba de vez en cuando y pedía que hiciera una entrega por él. A veces era entrada la madrugada, a veces muy temprano a gente extraña. Por el momento siempre había ido bien y LeBlanc nunca se había negado: merecía la pena el esfuerzo extra por poder pedir algún día un par de favores. Se abrochó la cazadora, se colocó el casco, subió a la moto.

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Salvajes
Novela JuvenilJuliet está rota porque quien debía quererla no la quiso. Ezra está en guerra con el mundo porque no sabe hacer otra cosa. LeBlanc tiene miedo de admitir que está enamorado. Summer siente tanta culpa que no es capaz de vivir del todo. Grey no tiene...