XXXVII

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Don't fuck with my freedom

I came up to get me some

I'm nasty, I'm evil

Must be something in the water

Or that I'm my mother's daughter


Mother's daughter - Miley Cyrus



Sabía que le iba a echar la bronca, así que lo primero que hizo al ver el nombre de Astrid aparecer en la pantalla del ordenador fue arrugar la nariz. Pero después sonrió porque le pareció un gesto cotidiano. Algo que las hijas pensaban de las madres: que qué rabia que tengas que aguantar una chapa, pero es lo que toca. Ese simple pensamiento tenía un valor especial.

-¿No decías que las pantallas no te hacían ningún favor?- sonrió la chica.

-Ya, bueno, no me lo hacen, pero por el momento no tengo otra forma de verte. ¿O prefieres que me presente allí por sorpresa? Puedo hacerlo.

Juliet sonrió. Dijera lo que dijera, su madre estaba muy guapa. Llevaba el pelo rubio recogido en uno de esos moños que tanto le gustaban; dejaban ver lo largo que tenía el cuello, sus hombros estilizados y sus clavículas. Juliet había heredado todo eso. También había heredado los pómulos y a lo mejor el tono de piel. El rostro de Astrid era más redondeado y no tenía pecas. De hecho su única marca visible era un lunar en la mejilla izquierda. Todo lo demás era blanco níveo.

Llevaba una camisa verde y holgada, como un kimono, aunque solo se le veía la parte superior por el encuadre. Era de seda, carísima, y no era lo más valioso de su armario pero sí que era con diferencia la pieza que más le gustaba: siempre se la ponía cuando tenía algo importante de verdad. Seguro que iba a una reunión. Llevaba además una cadena fina y dorada. A Astrid no le gustaban las joyas grandes y tampoco solía maquillarse mucho. Bueno, sí, sí que le gustaba. Tenía una infinidad de crema y unas rutinas eternas de noche y de día. Eso también lo había heredado Juliet, que desde que vivió con ella había reproducido esos gestos, no porque pensara que las cremas pudieran hacer un cambio reseñable, sino porque se convertía en un rato para sí misma.

-¿Tienes una reunión?

-Sí, lo cierto es que sí. Voy a ver unas oficinas.

-¿Para instalarte?

-Bueno, más o menos... Pero por el momento no es nada en realidad. Si sale bien te lo cuento.

Astrid era metódica, controladora y hermética con lo suyo, por eso pasaba muchas más horas trabajando de lo que decía. Obtenía sus frutos: listas de famosos y nuevos ricos que la buscaban para que les dijera qué ponerse, cómo decorar su casa, cómo montar sus fiestas benéficas... Estaba ganando mucho dinero pero no se relajaba.

-Suerte con eso. Si necesitas algo...

-No sé, que te dignes a responder a mis llamadas, llevo días intentando hablar contigo. Incluso he hablado antes con ese amigo tuyo tan... pelirrojo. Parece una caricatura.

Juliet ahogó una risa. Sí, muy pelirrojo, era una buena definición, con miles de pecas. Astrid odiaba el pelo rojo porque se había puesto de moda y ella terminaba odiando todo lo que se ponía de moda.

La muchacha suspiró. Era cierto que había evitado contestar pero lo había hecho por un buen motivo: necesitaba estar preparada para la conversación que iban a mantener. Tuvo que mentalizarse mucho, ignorar algunos sentimientos, explicar el por qué de otros. Le había respondido a los mensajes, claro, pero había puesto excusas para no tener una charla real.

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