Y se va a quemar, si sigue ahí
Las llamas van al cielo a morir
Ya no hay nadie más por ahí
No hay nadie más, no hay nadie más
Por la noche, la sali'a del Bagdad
Pelo negro, ojo' oscuro'
Bonita pero apena'
Senta'ita, cabizbaja dando palmas
Mientras a su alrededor
Pasaban, la miraban
La miraban sin ver na'
Solita en el infierno
En el infierno está atrapa'
Bagdag - Rosalía
Guardaba todo el valor siempre en el mismo sitio: al fondo, entre recuerdos del jardín de infancia y el olor de Astrid. Era un montón pequeño porque ella no era valiente: era insensata, pensaba poco algunas cosas, arremetía contra otras como un toro embravecido. Era incluso estúpida a veces. Pero valiente no.
La gente valiente, pensaba Juliet, no espera en la puerta de alguien sin atreverse a llamar. Tampoco guarda un mensaje sin enviar. La gente valiente sigue y hace la pregunta que le va a traer la respuesta que no quiere oir; eso es ser valiente. No engañarse a uno mismo. No bordear el dolor, sino zambullirse en él para luego salir de la forma más rápida.
Ella no estaba dispuesta a asumir la respuesta, lo sabía de antemano; le pasaba con Ezra y le pasaba con otras muchas cosas. Ella no iba a encontrar paz porque sabía que no había una situación buena y se consolaba pensando que no lo sabía de forma segura, aunque sí. No había una sola posibilidad de que aquello saliera bien.
Había rondado el edificio cientos de veces cuando sabía que era seguro hacerlo. Buscaba la casualidad, que saliera antes de trabajar, que entrara más tarde. No había sido así, nunca. Era como atreverse, pero no. Era como intentarlo, pero no. La excusa de los cobardes. La falsa calma.
El día que Juliet se encontró a Simon no estaban ni siquiera cerca del trabajo. No estaban cerca de ningún sitio. Ella volvía de la lavandería porque en su casa no había lavadora ni secadora, así que una vez por semana se acercaba a lavar la ropa, las sábanas. Cargaba con una bolsa que olía a limpio con ropa que estaba bien doblada: detestaba planchar. Llevaba el pelo atado en una coleta y un vestido negro que solía atar con un cinturón con tachuelas. En realidad es absurdo pensar en ese tipo de detalles, pero son los que se quedan: le costaría mucho volver a ponerse ese vestido.
No le había mirado. Ni siquiera se había dado cuenta de su presencia. Caminaba sin demasiadas ganas, escuchando música. Acababa de responderle a Summer, que estaba eligiendo lo que se iba a llevar a la casa del lago de Josh.
A la que vio fue a la mujer embarazada. Le pareció tan descomunal y tan incómoda como el otro día. Llevaba el pelo recogido en un moño y un vestido azul parecido al del día anterior. No pensó en saludarla, en realidad no pensó en que tuviera que hacer nada; una desconocida que le daba igual, con la que había tenido un gesto mínimamente amable. Esta vez parecía más contenta; tenía una sonrisa amplia y llena como la que se le dibuja a alguien que está con quien quiere. Alguien feliz.
Entonces Juliet se cortocircuitó. Porque la mujer embarazada iba del brazo de su padre y eso, de ninguna manera, entraba en sus planes. Se paró en seco. Su corazón dejó de latir.
A Simon le debió pasar algo parecido porque también se paró. Seguro que habría deseado hacer como si simplemente no la hubiera visto pero no debió parecerle creíble, no lo haría. Aquello era una calle comercial, había gente tomando café en una terraza cercana, gente paseando. Niños, voces, risas. A lo mejor creyó que Juliet reaccionaría de alguna otra manera. A lo mejor pensó que iba a gritar.
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Salvajes
Teen FictionJuliet está rota porque quien debía quererla no la quiso. Ezra está en guerra con el mundo porque no sabe hacer otra cosa. LeBlanc tiene miedo de admitir que está enamorado. Summer siente tanta culpa que no es capaz de vivir del todo. Grey no tiene...