IV

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Reach out and touch faith

Your own Personal Jesus

Someone to hear your prayers

Someone who cares

Your own Personal Jesus

Someone to hear your prayers

Someone who's there

Feeling's unknown and you're all alone

Flesh and bone by the telephone

Lift up the receiver

I'll make you believer

Personal Jesus - Depeche Mode


Cuando Ezra cerró la puerta tras de sí, dando un portazo, le pareció que el mundo era un lugar más bonito, con el cielo de un color azul intenso y el aire más delicioso que había respirado nunca, seguro.

O quizás era el ácido.

Estaba casi seguro de que era el ácido.

-¡Que te vaya bien, Carl!- gritó, saludando al mendigo que vivía en los cubos de basura que quedaban delante del descampado. Estaba sentado en una silla de campamento bebiendo cerveza, con la bata abierta y la barba blanca cayendo sobre la tripa. Siempre volvía allí para nada en particular.

Ezra estaba en medio de esa euforia feliz que le daba el subidón. No había tomado tanto como para que le durara demasiado pero ¿qué más daba? Sentía que la luz era ligera, no le molestaba en los ojos aunque no llevara puestas las gafas de sol.

No llevaba puestas las gafas de sol.

El trabajo en el súper no había sido buena idea, ya lo había sabido desde el primer momento. No porque le molestara apilar cosas en sitios. Bueno, no era lo más apasionante del mundo, pero el cambiar las cosas de ubicación era la base de la evolución humana: eso lo sabía todo el mundo. Tampoco era por el uniforme amarillo.

A ver. El uniforme amarillo era una putísima mierda horrorosa. Ni siquiera él podía gestionarlo de una madera digna. Los supermercados tenían el don de elegir siempre los colores más feos y mezclarlos para que te sintieras un miserable. Por eso en los supers no hay ventanas: tienen que conseguir que se te olvide que fuera hay razones para vivir. Pero bueno, con el uniforme también podía.

Era el encargado. El puto encargado de los cojones. Malcolm, con esas gafas horribles y esa calva que creía que nadie más notaba. Ezra sabía que él era de mecha corta pero si había una cosa que le tocaba los cojones de verdad era esa gente a la que le pagaban un plus de setenta pavos al mes y se tomaba la empresa como si fuera suya: como si de verdad fuera superior a los demás curritos. Su único mérito era haber sido un lameculos con el único fin de tener una parcela de poder en su triste existencia.

Le daba más pena que rabia, probablemente por el ácido también. Si no fuera por eso solo le parecería un puto gilipollas.

Sacó el móvil del bolsillo. Llamó a LeBlanc, que no contestó. Seguro que estaba con sus cosas de camello importante, de empresario triunfador. Si uno no puede ser rico tiene que tener amigos que se hagan ricos. ¿LeBlanc le contrataría? Alguien tenía que llevarle la agenda. Y las redes sociales. El marketing online, lo decían todo el rato en la tele. Hay que ser informático o hacer marketing online o descargarse Tiktok y hacer bailes repetitivos y absurdos.

SalvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora