XXXXII

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But I'm a creep
I'm a weirdo
What the hell am I doin' here?
I don't belong hereI don't care if it hurts
I wanna have control
I want a perfect body
I want a perfect soul
I want you to notice
When I'm not around
So fuckin' special
I wish I was special


Creep - Radiohead


A veces, cuando uno se dirige hacia la catástrofe, no puede evitar preguntarse cómo no lo vio venir. Claro, es muy fácil mantener ese diálogo cuando ya ha ocurrido todo, ¿no? Es fácil leer las señales en los posos de te que predecían la muerte de alguien cuando este ya está enterrado.

Pero tampoco es evitable. Nos da la sensación de que podríamos haber controlado algo porque es mejor: aunque ocurra una cosa terrible el hecho de creer que si hubiéramos sido más listo podríamos haberlo evitado nos da fuerzas para pensar que a la próxima podrás enfrentarte a ello y bordear el peligro. A veces, incluso, es así.

La realidad es que Dylan no podría haber hecho nada, absolutamente nada. Nada pasaba por él. Ni haber llegado pronto a casa ni haber llegado tarde a casa ni haber evitado pisar las baldosas oscuras de la avenida ni haberse echado sal sobre el hombro.

No podemos controlar el comportamiento de los demás, no podemos atribuirnos esa responsabilidad. Cuando cruzó su patio no podía haberlo olido en el aire. Cuando comprobó que la puerta no estaba cerrada con llave no podía haberse extrañado. Ojalá las cosas funcionaran así, pero no.

-¿Mamá?- preguntó. Había dormido con Alex y luego había ido a la Nave a poner a punto el equipo. Margo y Dorah estaban como locas y se habían tomado muy en serio lo de ensayar así que habían quedado esa misma tarde. Le hacía mucha ilusión pero no quería admitirlo. Quería seguir pareciendo un tipo duro. Le estaba resultando dificilísimo.- ¿Oye, has...?

-Hijo, qué bien verte.

Un calambre. Una descarga eléctrica que bajaba de los hombros al estómago. Todo borroso, de golpe, como si le acabaran de dar un golpe en el pecho. Los músculos no reaccionaban. Las piernas estaban fijas en el suelo como si jamás fueran a volver a responder.

Su padre estaba allí, sentado en el sofá que había ocupado durante años. La cara del chico se quedó congelada y pensó, para sí, que ojalá fuera solo eso: que no quería expresar ni un ápice del miedo que de golpe le envolvía.

Le pareció un extraño. Había perdido peso, llevaba una camisa limpia, se había peinado hacia atrás. Se sentaba recto, nada cómodo, como si se sintiera fuera de lugar. Llevaba algo de barba, surcada por las canas, pero no tenía mal aspecto. No encajaba con el monstruo que recordaba. Y, a la vez, sí.

-...¿Mamá?-volvió a preguntar, desesperado, sin ser capaz de apartar la vista de él ni de moverse.

-Tranquilo, Dylan, solo estoy haciendo café.

Su madre pasó por su lado, acariciándole el hombro en un gesto reconfortante. Puso la bandeja sobre la mesa en la que solían cenar. Sonreía levemente, tranquila, apacible.

¿Qué estaba pasando?¿Por qué, de golpe, estaba totalmente desorientado? Su corazón latía a toda velocidad. Su cabeza empezaba a dar vueltas. Había perdido todo el sentido.

-Me voy a marchar ya, no quiero molestaros. Solo quería venir a asegurarme de que todo iba bien. No os preocupéis, sé que no debo estar aquí. Solo... Es igual.

Había unas flores que antes no estaban allí, puestas en un jarrón que solía estar vacío. Se acordó de golpe de aquel repartidor que pasó por allí una vez con un ramo que nadie había encargado. Tuvo ganas de vomitar. Tuvo ganas de deshacerse, de desaparecer. Debió parecerlo. Tuvo que parecerlo, ¿no?

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