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—Buenos días. —saludo entrando a la cocina. Ambos me sonríen.— ¿Cómo amanecieron?

—Nosotros muy bien, tú al parecer muy feliz. —me dice la abuela. Asiento.

—Hoy es mi día así que voy a estar toda la mañana en casa, pero en la tarde voy a salir. ¿Me dan permiso?

Ellos decían que no era necesario pedirlo.

Pero yo había crecido rodeada de los valores que inculcaron. Y de lo importante que era poder ser capaz de comunicarme con ellos para llevar una buena relación.

—Claro que puedes, ya temía que con diecinueve años te volvieras tan solitaria. —me dice la abuela.— ¿Con quién te vas? ¿Con Guille de nuevo?

—De hecho no. —mi sonrisa se hace aún más grande.— Es que tengo una cita.

—Ay, mi niña.

La emoción de la abuela me hace reír, les explico un poco de la persona con la que saldré hoy. Y es realmente poco pues no tengo ni la más mínima idea de quién en realidad es.

Es un chico al cual golpeé con una escoba y que luego aconsejé horrible y con el que ahora tendré una cita.

Increíble, ¿no? No.

Después del desayuno ayudo a limpiar la cocina y a lavar platos antes de subir a ordenar mi habitación. Tengo el tiempo contado para todas las actividades que tengo que hacer así que no pierdo más el tiempo.

Ayudo a mi abuelo en su mini huerto, a la abuela con el almuerzo y exactamente a la una me voy a cambiar.

Visto sencillo y nada pretencioso. Jeans ajustados, una blusa negra con mangas y botines de tacón. Me veo muy bien así.

Suelto mi cabello y le doy volumen antes de comenzar a maquillarme.

Paso por alto el aplicar algo exagerado, solo protector solar, pestañas rizadas y brillo labial. Finalmente estoy lista y mirándome en el espejo.

Guardo lo importante en mi mochila, billetera, teléfono, una chaqueta y dulces. Finalmente recibo una llamada al teléfono de casa. Es él.

Y aunque corro queriendo evitar que hable con la abuela. Ella ya ha contestado y está diciendo;

—Hola, sí ella vive aquí.

—Abuela, no. —casi suplico pero ella manotea mi mano.

—Sí, le dimos permiso. ¿A dónde va a llevarla? La quiero en la puerta de casa sana y salva. No, no tiene una hora de llegada. Pero depende de la hora que llegue la imagen que tendré de usted, jovencito.

Oh Dios, esto es en serio vergonzoso.

Siento mis mejillas arder y la abuela sonríe apenas cuelga.

—Su acento parece como de latino mal formado.

—Es italiano pero vivía en Argentina antes de venir aquí. —explico brevemente.— Ahora dime por qué.

—¿Por qué, qué? —se hace la desentendida.— Corre, te está esperando.

Sumamente avergonzada salgo de casa y camino hacia el auto que espera en la entrada. Sonrío apenas me subo en el asiento copiloto.

Incómodo, incómodo.

—Hola. —musito aclarándome la garganta.— Yo he... Lo siento.

—¿Por?

—Es que mi abuela contestó y...

—Se me hizo muy tierno así que descuida. —sonríe.— ¿Lista para irnos?

Recobro mi postura, asiento y él emprende marcha hasta nuestro destino que aún desconozco.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora