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—Te fue increíble, te lo juro. —musito mientras espero el pedido.— Y te lo digo yo que estuve ahí en las primeras filas. 

—¿Y por qué no han llamado todavía? —pregunta mi amigo.— Si me fue tan bien, debieron llamarme ya.

—Ay, ya sé.  —suspiro.— Quizá tuvieron muchas audiciones.

Se encoje de hombros, pone la bandeja de comida frente a mí y yo la tomo acomodando todo en el carrito, finalmente camino hacia la mesa para dejar los platillos frente a cada uno.

Odio que los sábados sean los días con más trabajo y que nosotros tengamos que cubrir a las dos que nos cubrieron cuando estábamos en la audición. El compañerismo...

Atiendo más mesas y llevo los pedidos hacia la cocina mientras Guillermo hace algo tan sencillo como cobrar y preparar los pedidos a domicilio. Él debería estar aquí en las mesas, gracias a él nos quedamos aquí. Pendejo.

Pero le fue bien, ojalá la santísima trinidad nos hiciera el favor de seleccionarlo.

Llega un momento en la noche que todo el lugar se llena y Guillermo tiene que salir de su cuevita para ayudarme. Odio los sábados. Debería estar en mi camita viendo películas.

Pero no, estoy aquí atendiendo mesas y sobre todo, esperando que me den una absoluta miseria de propina. Como siempre. A veces ni dejan, pendejos.

¿Ya se notó que estoy de mal humor?

—¿Ya viste quiénes acaban de llegar? —me dice Guillermo poniéndose a mi lado mientras esperamos los pedidos. Niego.— Ellos, Karol. Tu santísima trinidad.

De inmediato volteo buscándolos con la mirada. Sobre todo a él. 

Es que, vamos. Me gustó de verdad y Guillermo ayuda mucho con mi ilusión.

Pero no les veo y él me dice que guarde la calma mientras esperamos los nuevos platillos. Suspiro profundo, hace calor.

Cuando obtengo mis pedidos, voy hacia la mesa que he estado atendiendo y me acerco a una nueva pidiendo sus órdenes. Busco a Guillermo con la mirada mientras la pareja de chicas decide. Está parado frente a una mesa tomando pedidos. Sigo sin ver a la santísima trinidad.

—Oh por Dios, es él. —dice la chica que ahora miro. Finalmente encontramos el restaurante.

—Señoritas. —insisto.— ¿Puedo tomar sus pedidos?

—Ah bueno, es que preferimos que tu amigo nos tome la orden.

Me contengo para no terminar estampándolas contra la mesa y asiento alejándome de ahí para buscar a Guillermo que ahora camina supongo que a una nueva mesa.

—Cambiemos, esas brujas quieren que tú las atiendas. —musito ya mal humorada.— ¿A qué mesa ibas?

—A la de tu santísima trinidad, suerte.

—Ay, amo esta noche.

Él se ríe, camina hasta la mesa que le indiqué y yo a la de la santísima trinidad según él. Hasta que los encuentro. Pero toda la buena onda se va cuando veo que cada uno viene acompañado de una chica.

Sus parejas pues.

A la mierda, insisto con que el amor es una mierda.

—Bienvenidos, ¿puedo tomar su orden?

Ellos me miran pero evidentemente no se acuerdan de mí si soy un cero a la izquierda en su vida así que solo sonrío y espero pacientemente a que me pidan lo que quieren comer y poder irme.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora