-¿Qué haces aquí? -tengo que preguntar apenas abro la puerta. Escucho su risa.
-Buenas noches, señorita. -saluda cortés.- Linda habitación.
-A la que por cierto no fuiste invitado. -cierro la puerta del balcón.- ¿Qué haces aquí?
Pregunto por segunda vez, y por segunda vez me ignora caminando hacia la mesa donde tengo fotos mías y de Guillermo.
Él también tiene todo un mural nuestro, es normal. Para nosotros, desde luego.
Me siento en la cama, Ruggero me mira finalmente.
-Te dije que vendría. -me dice. Una risa brota de mis labios.
-Al parecer eres de palabra.
-¿Yo? -se señala con orgullo.- Siempre.
-Bueno, señor de palabra. Es importante que sepas que...
-¿Karol?
De inmediato me alarmo viendo que el pomo de la puerta se mueve. Muerdo mi labio inferior.
-Mande. -digo lo suficiente alto como para que escuche.
-¿Quieres galletas? Horneé algunas.
-Uy, sí queremos. -asegura Ruggero. Ruedo los ojos.
-Ya bajo.
-Bien, pero deja de encerrarte.
Me pongo de pie, empujo a Ruggero hacia la pared para que no se vea cuando abra la puerta y finalmente salgo de la habitación.
-Me estaba cambiando e iba a comenzar a hacer ejercicio. -me justifico.- Quiero muchas galletas.
-Toma las que quieras, las dejé en la mesa. Guarda las que no te vayas a comer y cierra las puertas antes de acostarse. -pide retomando el camino hacia su habitación. Asiento.
-Bien, abuela. Descansa.
-Y tú, recuerda que mañana vamos a la iglesia.
Asiento, lo único que soporto de ir a la iglesia es que me rio con Guillermo o me quedo dormida en su hombro mientras el cura habla.
Sí, nos obligan ir juntos a misa porque su familia y la mía van juntos los domingos. ¿Cómo más iba a conocer a alguien tan feo y volverlo mi mejor amigo?
Bajo a la cocina por un poco de galletas y dos sodas de la nevera, apago las luces y vuelvo a la habitación y al entrar me aseguro de poner seguro de nuevo antes de poner las galletas sobre la mesa.
Ruggero deja de explorar todo y se sienta en mi silla tomando una galleta.
-Deliciosa. -relame sus labios.- Necesito la receta.
-¿A poco sabes cocinar?
-Evidentemente. -dice obvio.- Soy el mejor cocinero que podrás conocer.
-Ay, ajá.
Me siento en la mesa y tomo una galleta, él me asegura que algún día voy a probar uno de sus platillos y toma una nueva galleta. Me distraigo un momento.
El calor comienza a instalarse en mi vientre y tengo que respirar pesadamente cuando su mirada cae sobre mis labios.
Oh, vamos. Es evidente la razón por la que vino.
Y yo apenas intento procesar lo que pasó esta tarde.
Pero entonces mi cordura me da una nueva bofetada y me recuerda que estoy sin sostén y me aclaro la garganta mientras desvío la mirada.
ESTÁS LEYENDO
Inapropiadamente Peligrosa
Romance"Perdóname si te hice pensar que somos más que amigos" Puede que mis actitudes sean las de una mujer enamorada, pero eso no puede llegar a significar que voy en serio. Suele ser un poco típico de mi personalidad que mis sentimientos actúen en desacu...