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—Entonces, entras ahí, le das las flores, le dices que es una chica preciosa y sales. —animo a mi amigo.— ¿Listo?

—No.

—Guillermo...

—Tengo miedo. —admite sentándose en una de las bancas de la entrada.— ¿Y si me dice que no? ¿Y si tiene novio?

—Que le des flores no significa que van a casarse.

—No, mejor no voy.

Ruedo los ojos apoyando mi rodilla entre sus piernas, tomo su rostro entre mis manos y con determinación digo;

—O vas tú o voy yo le digo que eres un marica.

—Ve tu.

—¿Estamos ocupando nuestro segundo día libre en esto?

Asiente, golpeo su mejilla despacio. Este niño me vuelve loca.

Es un pendejo.

Hoy es nuestro día libre, y no porque tengamos uno en realidad, ese fue el martes, es que estoy un poco agripada, ayer fui a trabajar así pero apenas tenía fuerzas para moverme así que para hoy me mandaron a descansar y Guillermo se salió conmigo con la excusa de que estoy sola y no tengo nadie que me cuide.

Pero aquí estoy, con treinta y ocho de fiebre y con un tonto mejor amigo que no se atreve a dejarle las flores a la chica.

Ya quiero irme a casa.

Eso y que no quiero ver a Ruggero. O sea si quiero, pero tengo miedo. Es que el día que salimos una cosa nos llevó a la otra y cuando se despidió me moví y terminó besándome casi en los labios.

Juro que sufrí como siete micro infartos.

—Ya, anda. —vuelvo a golpear su mejilla. Niega.

—Tengo miedo.

Me abraza escondiendo su rostro en mi pecho y me rio, a veces parece un niño. Y eso que es meses mayor. Estamos a solo meses de su cumpleaños.

Aún sigo pensando en qué regalo darle.

—Guillermo, me estás avergonzado, pendejo. —le reclamo. Él niega.— Ya, entonces volvamos a casa que me estoy muriendo.

—Cierto. —se aleja poniéndose de pie para tocar mi frente.— Sigues caliente.

—O vas a dejarle las flores, o nos vamos a casa y no vuelves a verla.

Él duda un momento, vacila entre entrar o no y termino empujándolo antes de sentarme en la silla más cerca. Apoyo mi cabeza en la pared mirando el techo.

¿Tener treinta y ocho de fiebre es grave? No, creo que está dentro de los parámetros normales.

O algo así.

—Hola.

Levanto la cabeza y sonrío viendo que Ruggero se acerca con un vaso en mano.

Incomodidad ha entrado al chat.

—Hola. —respondo aclarándome la garganta.

—No sabía que vendrias hoy.

—Es que estaba trabajando pero me enviaron a casa así que acompañé a Guillermo a hacer algo antes de irme.

—¿Y por qué te enviaron?

—Me encuentro un poco agripada.

—No eres la única.

Dejo de mirarlo para ver al dueño de la tercera voz. Ruggero se queja mandándolo por donde vino.

Pero él ya se está sentando dejándome en el medio. Si no me equivoco, él es Agustín.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora