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Ruggero Pasquarelli.

Me cuesta mantener el equilibrio en mis pasos. No tengo muy claro lo que está pasando pero sé que es grave.

Suspiro profundo, la cabeza me da muchas vueltas. ¿Cómo se supone que terminé aquí si yo estaba...?

¿Qué estaba haciendo antes de llegar aquí?

Desordeno mi cabello, el bartender me pregunta una vez más si estoy bien y asiento. Mi teléfono, necesito mi teléfono para llamar a Agustín.

A Karol ya no, estoy harto de esto, de tener que arrastrarme a sus pies y de esperar el amor que evidentemente no quiere darme.

¿Qué mierda espero en realidad?

—Buenas noches, campeón. Cada vez te luces más. —escucho la voz de mi amigo. Levanto la mirada.— Patético.

—¿Qué haces aquí?

—Karol me llamó. Andando.

—¿Karol? ¿Por qué Karol?

—A la mierda, Ruggero. Como todo un patético no dejabas de decir su nombre y el personal de aquí tuvo que llamarla. Decir que está fastidiada es poco.

Me niego a que me toque, puedo caminar solo.

Salimos del lugar, escucho que Agustín se disculpa por las molestias y deja datos para que yo pague los daños causados esta noche.

¿Qué daños? ¿Qué hora se supone que es?

Sentir el aire fresco golpear mi rostro me marea todavía más y tengo que evadir a Agustín cuando se acerca intentando ayudarme.

Que estoy bien.

—Bienvenido a patéticolandia. —escucho su voz. Busco su mirada.— Que patético de mierda eres.

—Karol. —suspiro profundo.— Karol...

—Agustín llevará tu auto a su departamento, nosotros te llevaremos a casa. —señala el auto.— ¿Te mueves por favor?

—Estás siendo muy dura. —advierte Guillermo. Ella se ríe.

—¿Dura por qué? ¿Por qué no estoy enamorada? ¡Mierda, Ruggero! ¡Esto no es una maldita historia de amor! Me tienes harta de tus actitudes tan infantiles, celos, reproches... ¡Eres un pésimo hombre y más pésimo vas a ser como novio, genio!

—Uh. —escucho a Agustín. Suspiro.

—¿Te duele, mariquita? ¿Te duele que por primera vez no tienes en control? ¡Pues te jodes porque el control seguirá siendo mío! ¡Ahora bájame la maldita mirada, entra al puto auto y vámonos! ¡Ya!

Como si de un niño castigado se tratase, bajo la mirada y entro al auto, Guillermo se ríe y Agustín asegura que mañana nos veremos antes de tomar las llaves del auto de mis bolsillos.

Cierro los ojos y me prohíbo pensar el resto del camino. Hasta que por fin estamos en casa, o eso creo pues el auto se detiene.

—Ya bájate. —la escucho hablar.

—¿No deberíamos acompañarlo hasta su departamento? Puede pasarle algo, he leído que los borrachos...

—Hoy no, Guille.

La mirada de Guillermo se transforma, asiente comprensivo y besa su frente susurrándole que está bien. Resoplo.

¿Por qué se le acerca tanto?

Le asegura que esperará, ella asiente y se baja. Abro mi puerta sintiéndome mucho mejor.

Supongo que los efectos del alcohol van disminuyendo. Bajo del auto, su mirada encuentra la mía una vez más y me mantengo en silencio.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora