15

556 118 49
                                    

Cuatro en punto, la puerta se cierra y escucho los pasos de mi querida abuela que viene acompañada de mi madre.

Debería acostumbrarme ya a su presencia. La veré por mucho tiempo más.

Me pongo de pie mirándome en el espejo, blusa con mangas escotada, falda acampanada a la altura de mis rodillas, zapatos bajos, cabello recogido en una coleta perfectamente peinada y maquillaje sencillo y natural. Es perfecto.

Le dije a Ruggero que salgamos hoy, no sé a dónde iremos, solo quiero salir con él. Los últimos días no le había dado mucha importancia a lo nuestro por distintos factores, y se vienen días muy ocupados para nosotros así que mejor le pido que salgamos antes de que se me haga imposible.

Tras tomar mi mochila salgo corriendo de la habitación. La abuela que va saliendo de la cocina me mira y sonriente me dice.

—¿A dónde tan guapa, primor?

—Saldré con Rugge. —explico peinando mi cabello.— ¿Puedo, abuela?

—Pero claro, me alegra que no seas una anciana que se la pasa encerrada. —mira a mamá.— Sigue sacando el pollo de la nevera.

—¿Cómo que le dejas salir, mamá?

—No me cuestiones y haz lo que te pido.

—Te quiero aquí a las ocho. —me dice mamá. Asiento.

—¿Y qué hará hasta las ocho? Déjale en paz. —interviene la abuela.— Pero eso sí, que el chico te venga a traer y a dejar.

—Sí, abuela. Descuida.

—¿Por qué dejas que llegue a la hora que se le pegue la gana?

—¿Por qué? Porque quiero. —asiente la abuela.— Y porque se me da la maldita gana de que mi hija sea una muchacha libre y feliz que nunca me guarde ningún secreto.

Sonrío, nunca le he guardado ningún secreto por fortuna. Bueno, casi ningún secreto.

Tampoco puedo decirle que Ruggero ha estado en mi habitación en más de una ocasión y que he estado a solo milímetros de perder la virginidad. Si es que no la perdí ya...

Y que he experimentado cosas que juré nunca hacer y que... Sí, guardo muchos secretos.

—Llegas temprano. —la abuela da por finalizado el tema. Asiento.

—Justo acaba de llegar. —digo viendo el teléfono.— Me voy, te amo.

—Y yo.

Corro hacia la puerta y al salir veo a Ruggero apoyado en el auto esperando con su teléfono en mano. Lleva puestas unas gafas negras que le quedan muy bien, sonrío caminando hacia él.

A lo lejos veo a Sally y Anne sacar la cabeza por la ventana de su casa. Ruedo los ojos antes de pararme frente a Ruggero llamando su atención.

—Hola, nena. —saluda sonriente. Me lanzo a besar sus labios.— Lindo recibimiento.

—Es que estoy feliz, me fue muy bien hoy en mi semana de nivelación.

—Estás bellísima. —asegura abriendo la puerta para mí.— ¿Dónde quieres ir?

—No sé, no he pensado en el lugar. —admito mientras sube al auto.— Ni siquiera sé qué quiero hacer.

—¿Te parece si vamos al centro comercial por un helado?

—¿Y luego? —juego con él mientras conduce.

—¿Al cine?

Recuerdo las palabras de Guillermo mientras elegía mi atuendo con él mediante videollamada. Inevitablemente me rio.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora